Coordinación de ética de las profesiones

Coordinación de éticas profesionales

La coordinación de ética de las profesiones, surge como respuesta a la demanda de los cursos de ética profesional que imparte el Departamento de Teología de la Sede de Coquimbo.
Es una instancia académica que permite potenciar el trabajo de los profesores que imparten dichas asignaturas.
Como también busca potenciar la formación ético moral declarada en el proyecto educativo de nuestra universidad.

Frentes de acción periodo 2008-2010:


1.- GESTIÓN


ACCIONES:
Coordinación con los jefes de carreras sobre los contenidos y metodologías de las éticas profesionales.
Contacto con otras unidades académicas que imparten ética profesional en la sede; Medicina, Escuela de Derecho.
Establecer red de apoyo con dichas unidades.
Recensión de programas de ética profesional de otras universidades.
Red de contacto con centros de ética.
Contacto y relación con instancias de servicios en el ámbito de la ética en la Universidad y en la Sede Coquimbo (Comité de Bioética).


2.- DOCENCIA:

ACCIONES:


Mejoramiento de las tics para las clases por medio de la creación de una pagina web institucional
Mejoramiento de bibliografía sobre temas de ética profesional.
Consolidación de equipo interdisciplinario.
Coordinación con los profesores de la asignatura
Incorporar metodologías interactivas: actividades en terreno, visita de profesionales, presencia de Colegios Profesionales (Asociaciones Gremiales), foros, talleres, etc

3.- ELABORACIONES (extra de la coordinación)

Trabajo en los programas de asignatura.
Formulación de programas en base a competencias.
Formulación de programas conforme al proyecto educativo UCN, los perfiles de egreso de las carreras…
Recensión de programas ética profesional de toda la UCN
Hacer investigación sobre ética de las profesiones.
Participar en proyectos relacionados con la temática.
Crear espacios que permitan hacer conciencia de la transversalidad de la formación ética de los futuros profesionales, involucrando a los jefes de carrera y académico de las demás disciplinas

martes, 15 de abril de 2008

Todos los días; Las Relaciones Personales en el Trabajo

Por Karin Schmidt O.
Pretendo mostrar de una manera sencilla y didáctica cómo la práctica de la virtud incide sustancialmente en nuestras relaciones personales, y que la contribución que cada uno haga para que el lugar de trabajo sea un espacio al que se quiera volver depende de la vida virtuosa que se pretenda lograr.
Todos los días, al levantarme para ir a trabajar o hacer clases, me pregunto varias cosas. Desde luego qué me voy a poner y cómo me voy a peinar. Pero también me vuelvo a preguntar "pues lo hecho el día anterior" de qué forma haré la clase; cómo voy a interesar a los alumnos, qué le voy a decir al encargado de las carpetas. Cada día, me pregunto si alcanzaré a llegar a la hora. Estas preguntas, incluyendo el grano de arena con el que espero contribuir a la educación y formación de mis alumnos, reflejan las preocupaciones con las que encaro mi desempeño laboral. Pero atañen a la organización de mi vida: a cómo me relaciono con mis hijos y mi marido, por ejemplo.
Por cierto, hay muchas otras consideraciones de importancia. Y, en mi caso particular, especialmente: desempeño un trabajo donde la materia con la que se elabora el producto final "el curso que enseño "son personas.
Lo anterior me conecta también con todos los trabajos y todos los trabajadores "profesionales, directivos y operarios del mundo", pues todos compartimos algunas características esenciales, independientemente de la labor concreta de cada uno. En efecto: todos trabajamos, cual más cual menos, rodeados de otras personas. Y en el desarrollo de esos trabajos buscamos relativamente lo mismo: procurarnos medios para la subsistencia, realizarnos en nuestra vocación, ayudar a la comunidad. Todos estamos hechos, en suma, para trabajar (homo nascitur ad laborem).
Como el trabajo permite al hombre cumplir una serie de finalidades con las actividades que realiza, abre un campo enorme de reflexión. Sin embargo, voy a centrarme en las relaciones personales que involucra o significa, y en cómo esas relaciones son campo propicio para la adquisición y práctica de una serie de virtudes que no por sabidas son más ejercidas.
Comenzaré con un ejemplo. Hay veces en que debemos saludar a personas a quienes no conocemos, o no queremos ni nos interesa saludar. Situaciones así son oportunidades para apreciar el papel determinante que la familia y el entorno social juegan en la educación de las virtudes, al formar un sedimento de "buena educación" no necesariamente ligado a instrucción formal de algún tipo. Así, alguien bien educado saludará, amablemente, además, a esas personas con quienes se cruzó, sean o no conocidas suyas. Ahora bien: aunque ese saludo parecerá "obligado" o producto de un lazo o vínculo "artificial" que el trabajo ha establecido, dado que el hombre nació y fue creado para trabajar la "obligatoriedad" o "artificialidad" es sólo relativa. Dicho de otra manera: tras haber hecho la instrucción básica y media en la familia, el trabajo es una verdadera escuela para post-graduarse en la virtudes. Es decir, el trabajo es el medio social donde se ponen en práctica las virtudes aprendidas y aprehendidas en la familia.
Cuando hablamos de virtudes hablamos de actos que deben repetirse cada día para que lleguen a ser tales. Sólo seré un trabajador o profesional puntual en la medida en que siempre "o casi siempre"llegue a tiempo al lugar de trabajo; a mi sitio concreto de desempeño, a la reunión fijada o con el encargo terminado en la fecha preestablecida. Un conjunto de pequeños actos cotidianos harán que, con el tiempo, adquiera la virtud de la puntualidad y pueda decir, en consecuencia, que soy una persona puntual. La palabra latina virtus procede de vis, que significa fuerza, vigor. Se trata, por tanto, de una capacidad, de un poder para la acción (interior o exterior).
Como las relaciones humanas son más fáciles y gratificantes entre quienes poseen virtudes, y más complicadas y retorcidas cuando hay vicios arraigados, resulta útil ver en qué consisten algunas virtudes, y cómo se pueden ir cultivando. He aquí un detalle breve y sistemática, pero al mismo tiempo práctico:
1) Veracidad. Seré una persona veraz cuando haya una adecuación entre lo que digo y lo que pienso. Por el contrario, no podrá decirse que soy veraz si, al preguntárseme por qué llegué atrasada, para no decir que me quedé dormida producto del llanto nocturno de mi hijo menor, digo que se atrasó el bus.
2) Respeto. Es una forma de reconocimiento, aprecio y valoración de las cualidades de los demás, ya sea por su conocimiento, experiencia o calidad como personas. Así, por ejemplo, no podré decir que soy respetuosa si no he cuidado el trato con otros profesores y alumnos.
3) Sinceridad. Esta es una hermosa virtud, que se adquiere cuando aprendemos a conocernos a nosotros mismos. Implica desarrollar la capacidad de percatarnos de nuestros aspectos positivos y de reconocer nuestras imperfecciones (que me esmeraré en mejorar). Para ello, resulta útil escuchar al otro sin ofenderse. Lo mismo ocurrirá con el entorno y los hechos: si aprendemos a percatarnos de ellos tal cual son, los transmitiremos de esa misma manera. No tendremos dobleces, seremos "de una pieza": transparentes, verdaderos. Para adquirir esta virtud puede resultar conveniente un breve examen al final de la jornada, que repase cómo ha sido y apunte a aquellas cosas en las cuales sé o me doy cuenta que debo mejorar. La sinceridad y la humildad son virtudes que ayudan mucho a llevar una vida recta.
4) Alegría. ¡Qué atractivas son las personas alegres! ¡Cuánto contribuyen a un buen ambiente! La verdadera alegría es interior y la consiguen quienes ven el lado positivo de las diferentes situaciones que se les presentan, tratando de advertir lo bueno que hay en cada suceso y persona. Por ello, es preciso no confundir alegría con risas y carcajadas; con un cierto bienestar físico y ausencia de preocupaciones. Una de las fuentes de la alegría es la satisfacción y paz que produce el deber cumplido. Hay que evitar la amargura y el descontento (con o sin razón), pues siempre se transmite lo que se lleva dentro. Actitudes tristes no contribuyen al buen ambiente que quisiéramos en nuestro trabajo.
5) Honestidad. Es una forma de vivir coherente entre lo que se piensa y la conducta que se tiene hacia los demás. Junto a la justicia, es una virtud que exige dar a cada uno lo que le corresponde. Faltar a la honestidad rompe los vínculos de amistad y de confianza establecidos y desarrollados en el trabajo, la familia y el ambiente social en el que nos desenvolvemos. Si no hay honestidad, la convivencia se hace prácticamente imposible. Más aún: no hay convivencia si las personas somos incapaces de confiar unas en otras.
Hay que empeñarse, entonces, en tener la coherencia de vida que los demás esperan. La relación entre la palabra y el ejemplo resulta esencial. Nuestra conducta, querámoslo o no, será siempre evaluada. En mi caso particular, por los alumnos. Como en clase no se trata de representar un papel sino de vivirlo, y aparte que no puede enseñarse lo que se ignora, debo esforzarme por prepararme bien. Así, cultivar mi asignatura me resulta imperioso.
6) Afabilidad. La afabilidad es la virtud que inclina a actuar de tal modo que se contribuya a hacer agradable el trato con los demás. Por lo mismo, se expresa de manera muy variada. Así, por ejemplo, la delicadeza en el trato, la alabanza sencilla y natural, el buen recibimiento, el ser acogedor con quien se incorpora a la empresa, el comprender los defectos ajenos, las expresiones de gratitud y cortesía, etc. Cuando las manifestaciones de este tipo son producto de la virtud y no mera formalidad exterior son especialmente valoradas.
8) Laboriosidad. Ser laborioso significa hacer con cuidado y esmero las tareas, labores y deberes que a cada uno le corresponden en su particular circunstancia. Procuraré entonces impartir a tiempo la clase y que ésta esté preparada conforme a un cronograma. De lo contrario, habrá un deber mal cumplido, hecho descuidadamente, chapuceramente, improvisadamente. Y además será una falta de respeto a la inteligencia de mis alumnos.
9) Comprensión. La capacidad de tener una actitud tolerante para encontrar como justificados y naturales los actos o sentimientos de otro se llama comprensión. Desde luego, es algo más que "entender" los motivos y circunstancias que rodean un hecho. No basta con saber qué pasa: es necesario dar algo más de uno mismo. La comprensión, que se vive todos los días y en muchos momentos, se hace presente en los detalles pequeños y en las relaciones cotidianas con otras personas. Con aquellos que no terminaron a tiempo su parte del trabajo en equipo, o con aquél que llegó tarde con el informe solicitado"
¡Qué importante es ser comprensivos! Quien es comprensivo es también generoso y aprende a disculpar. Confía en los otros y se convierte en una persona a quien los demás saben recurrir en cualquier circunstancia.
10) Paciencia. Quien vive la virtud de la paciencia es capaz de afrontar las contrariedades conservando siempre la calma y el equilibrio interior, pues logra comprender mejor la naturaleza de las circunstancias. Además, contribuye a que se logre un ambiente de paz y armonía a su alrededor. Las ocasiones de ejercicio diario de esta virtud son muchas: paciencia con los empleados recién contratados, paciencia con los alumnos que preguntan fuera de lugar. Con las peticiones inoportunas y las imperfecciones ajenas. Uno de los grandes obstáculos que impide el desarrollo de la paciencia es, curiosamente, la impaciencia de esperar resultados a corto plazo sin detenerse a considerar las posibilidades reales de éxito, o el tiempo y esfuerzo requeridos para alcanzar el fin propuesto.
11) Servicio. Servir es ayudar a los demás de manera espontánea, teniendo una actitud permanente de colaboración. Quienes han adquirido esta virtud viven continuamente atentos, observando y buscando el momento oportuno para ayudar a alguien. Y están siempre dispuestos a hacernos la tarea más sencilla.
12) Sociabilidad. La sociabilidad es otra virtud que se presta para vivir en el trabajo, ya que nos impulsa a buscar y cultivar las relaciones con las personas, compaginando los mutuos intereses e ideas para encaminarlos hacia un fin común, independientemente de las circunstancias personales. En las relaciones profesionales o laborales, por ejemplo, debe interesarnos que las personas desempeñen mejor su trabajo. Para lograr este objetivo, será necesario conocer su entorno familiar y las circunstancias en las que viven; su forma de ser, sus reacciones y las motivaciones por las cuales se rigen. Con estos elementos a la mano, estaremos en condiciones de contribuir al desarrollo individual, profesional y de conjunto en el lugar de trabajo.
13) Obediencia. Consiste en someter nuestra voluntad a la orden de otra persona. Pero no por servilismo o ceguera, sino porque en cada trabajo hay formas de relacionarse y personas a quienes se ha confiado la labor de establecer los criterios e impartir las instrucciones. La obediencia no hace consideraciones personales o de situación. No se fija en quién es el que manda sino por qué y para qué lo hace. Para que sea realmente un virtud, debe ir acompañada de la aceptación, por nuestra inteligencia, de la orden impartida; y de la acción, por nuestra voluntad, de las cosas que le atañen. Por cierto que agregando nuestro ingenio y capacidad podremos obtener un resultado igual o mejor del esperado; lo mismo conversando el asunto con quien ha dado el mandato a obedecer. Así, la obediencia es una actitud responsable, de colaboración y participación. El "hacer para cumplir" o "por cumplir" lo hace cualquiera: poner lo que está de nuestra parte transforma la obediencia en una virtud. Y no sólo importante, sino necesaria para las buenas relaciones, la convivencia y el trabajo productivo.
14) Prudencia. Esta virtud nos ayuda a discernir, en toda circunstancia, nuestro verdadero bien y elegir los medios justos para realizarlo. Nos sirve para actuar con mayor conciencia frente a las situaciones ordinarias de la vida, al tiempo que nos ayuda a reflexionar y considerar los efectos que pueden producir nuestras palabras y acciones. Su resultado es un actuar correcto en cualquier circunstancia. La prudencia se manifestará cuando hagamos bien nuestro trabajo, aprovechemos nuestro tiempo, cumplamos nuestras obligaciones, tratemos a los demás amablemente preocupándonos por ellos.
La virtud de la prudencia nos hace tener un trato justo y lleno de generosidad hacia los demás; nos forja una personalidad recia, segura y perseverante; nos hace capaces de comprometernos en todo y con todos, permitiéndonos tener y transmitir confianza y estabilidad a quienes nos rodean.
En fin, la lista podría ser interminable. Sólo he querido dar con algunos puntos centrales que pueden mejorar nuestras relaciones humanas. Vale la pena recordar que ninguno de nosotros puede sentirse una obra acabada y siempre habrá que dar la lucha por ser mejor. A propósito, quizás pueda traerse a colación el tan olvidado lema de los pensadores clásicos: "Vencerse uno mismo". Luchar en una batalla que no sólo me hará mejor a mí sino también a todos los que conmigo conviven. He ahí la clave para tener relaciones más humanas en el trabajo, y ello, todos los días. El hábito hace al virtuoso.
Todo lo que hacemos nos mejora o nos perjudica. Y, en definitiva, nos cambia. Así, lo que hagamos no es indiferente, ya que repercutirá en nosotros mismos y también en los demás. Frente a ello caben dos alternativas: o nos empeñamos en ejecutar actos perfectivos que incrementen nuestra personalidad y nos hagan por ende más libres "pues seremos capaces de hacer el bien que queremos"o, por el contrario, nos dejamos estar yendo inexorablemente a menos, deshumanizándonos y afectando a quienes se relacionan con nosotros. Por lo que a la pregunta "¿Cómo relacionarse bien con los demás?", la respuesta puede darse con una sola palabra: "Virtud".

Ambientes laborales productivos

Ramón Florenzano Urzúa

El ambiente laboral es un elemento de gran importancia en la satisfacción personal de la vida adulta y ayuda a lograr un equilibrio vital en relación con la trascendencia; traducido básicamente en estabilidad psicológica, auto estima adecuada e integración armónica entre vida familiar y trabajo.

Sin embargo, y económicamente hablando, el ambiente laboral también es importante para las empresas, pues resulta el modo de expresión de su cultura organizacional; en el que destaca fundamentalmente el clima organizacional. Por él se entiende la percepción que tiene cada miembro de lo que vive.

Dado que las percepciones afectan las conductas de las personas, el clima ético es la pieza clave para lograr un equilibrio en el ambiente de la empresa. Este clima, que, entre otras cosas, puede verse reflejado en la preocupación por la calidad de vida de los trabajadores, también trae consigo efectos rentables. Así, por ejemplo, y al mejorar el funcionamiento financiero, se incrementa el valor de mercado y la productividad; reduce costos operativos; mejora la habilidad para retener y atraer a los mejores empleados; fortalece la confianza y lealtad de quienes ya están en la empresa; reduce el ausentismo; y fortalece la imagen corporativa.

El hombre fue creado para trabajar. Hay una satisfacción personal en sentirse útil y "ganar el pan con el sudor de la frente". Pero para lograr un ambiente laboral productivo es básico que exista buen trato y cordialidad. Dado que se trata de un lugar en el que se estará la mayor cantidad de horas de la vida, todo lo que se haga para reducir las tensiones entre la motivación y el estrés dará sus frutos.

En efecto, la motivación implica un cierto nivel de exigencia, un estrés normal. Sin embargo, muchas veces se produce en exceso, generándose el llamado síndrome de burnout; cuyas causas pueden clasificarse en estresores externos e internos.

Los primeros refieren al ambiente físico (ruido, luces, calor, encierro); la interacción social (agresión, descontrol); a estructuras organizacionales (normas y reglamentos excesivos, plazos perentorios); y a acontecimientos vitales (muertes, separaciones, pérdidas, promociones).

Los segundos están reflejados en estilos personales de vida (abuso de alcohol, drogas o cafeína); dietas mal balanceadas; falta de ejercicio (sedentarismo); falta de sueño; de tiempo libre, de meditación o simplemente propio.

Según Rosen y Berger, los elementos que conforman los ambientes laborales productivos "y que se dan en las empresas sanas"son los siguientes:

1. Respeto real a la dignidad de las personas. Evitando la retórica del mismo, se trata de demostrarlo y vivirlo con políticas verdaderas. En este sentido, la confianza es básica en los trabajadores. Para desarrollarla "junto al consecuente respeto"quienes conducen una compañía deben indicar el rumbo con el ejemplo; compartir la información buena y la mala; explicitar el pensamiento y el estilo personal en la toma de decisiones; evitar las críticas o los favores personalizados; aplicar premios y sanciones de modo equitativo; y, a la hora de recompensar, hacerlo públicamente.

2. Valorar y reconocer las destrezas - experiencias de los trabajadores. Ellas valen para la empresa. Así, resulta clave expresar reconocimiento al equipo de trabajo; identificar qué es lo que los motiva; compensar los esfuerzos o logros obtenidos más que el tiempo empleado en ellos; prestar atención a los modales; y aprender a criticar acciones y no personas.

3. Calidad de la comunicación. Aunque existen diferentes tipos de comunicación (verbal, escrita, no verbal), siempre se comunica. Es así como el silencio también es un mensaje. La comunicación debe ser clara y la información oportuna. Los problemas relacionados con el secreto (memorándum confidenciales, reuniones a puertas cerradas, rumores, etc.) aumentan el clima de temor o inseguridad. Existen algunas indicaciones valiosas para aprender a comunicar bien: Escuchar siempre antes de mandar; concentrar la atención evitando distractores; ser asertivo para explicitar lo que se espera de los empleados; promover la información periódica (memoranda, boletines, intranet, etc. ); y saber enfrentar-negociar los conflictos.

4. Cuidado de la conducta ética. Existe un estudio de Vardi y Weiner (2001) que, al correlacionar clima organizacional y ético de la empresa con conductas negativas al interior de la misma, llegó a la conclusión de que a mejor clima laboral menos conductas negativas (uso privado del teléfono o de fotocopiadora, atrasos o ausencias sin permiso, acepto de sobornos, almuerzos largos, sabotaje, trabajo lento deliberado, gasto excesivo de insumos, favoritismo hacia personas, echarle la culpa a otros, abuso verbal o sexual, robo a colaboradores, etc.).

En fin, debemos tener presente que pasamos la mayor parte de nuestra vida adulta trabajando, por lo que resulta básico transformar el trabajo "y el lugar en que se lleva a cabo"en una experiencia grata y crecedora. Una forma de focalizar el esfuerzo hacia la mejoría de los ambientes laborales es cuantificarlo con indicadores mensurables.

NOTAS SOBRE CULTURA Y ECONOMIA EN CHILE

(Borrador para discusión)
Eugenio Ortega Riquelme 1
(3 de octubre de 2002)

INTRODUCCION

El término “cultura”, para estas reflexiones, se ha definido como “la forma en que las personas deciden vivir juntas”, esto es “las ideas, los valores y modos de vida” de determinado grupo social. Este enfoque amplio comprende las formas de vida que dan sentido a la existencia humana. Se entiende, por tanto “cultura” como las prácticas y representaciones mediante las cuales los seres humanos se apropian del mundo, moldean la convivencia social y otorgan sentido a la existencia histórica. En este escrito deseamos distanciarnos de quienes asignan a la cultura sólo un papel puramente instrumental. Como lo señala la UNESCO en Nuestra Diversidad Creativa (1997), la cultura tiene un papel constructivo, constitutivo y creativo de la sociedad, la economía y la política. En otras palabras la cultura posee un valor propio y es el fin último del desarrollo.

La cultura representa la base espiritual en que el ser humano, en su libertad y su trascendencia logra fundar el sentido de su existencia y desde allí modelar su vida y la de su entorno. Ser sujetos del destino personal y colectivo. Así concebida la cultura pareciera conveniente indagar su relación con el desarrollo y el crecimiento económico.

En este documento se busca establecer la mutua implicancia de la cultura y el crecimiento económico, específicamente bajo el modelo capitalista globalizado que impera en el país. Para ingresar a esta difícil cuestión es necesario afirmar que si bien la cultura es el fin principal del desarrollo también es un medio necesario para sustentarlo. En esta perspectiva la cultura posee un rasgo instrumental. Se podría señalar, sin ser exhaustivo, que existen algunas características culturales de una sociedad que pueden facilitar o condicionar el desarrollo económico: La cultura del conocimiento concebida como una sociedad educada e instruida capaz de manejar los códigos de la modernidad tardía. La cultura cívica es decir el desarrollo de una tradición de convivencia armónica en la polis y de respeto a las instituciones y normas sociales. La cultura de la solidaridad y la confianza en el otro, es decir la posibilidad de crear “nosotros”, identidades, vínculos sociales. La cultura del trabajo y de relaciones laborales de reciprocidad, del trabajo responsable y bien hecho, la disposición por unos al respeto de los derechos laborales, a la protección frente al infortunio y de los otros a la disciplina, a la identificación con la empresa y al trabajo en equipo. La cultura de la creatividad y la innovación para emprender nuevos desafíos productivos, comerciales, tecnológicos u organizacionales. La cultura de la austeridad y el ahorro que requiere una autodisciplina social frente al deseo material de consumo. La cultura de la transparencia y de la competencia leal lo que requiere una ética de los asuntos económicos, respeto por los otros y una información al alcance de todos.

En otras palabras, la cultura como medio es la valoración de ciertas practicas sociales que se expresan en estilos de vida que facilitan o condicionan la construcción de la base material de una sociedad determinada. Su ausencia puede dificultar el desenvolvimiento de la economía.

A su vez un modelo de crecimiento puede generar condiciones que influyan en el rasgo cultural de un pueblo. Puede crear o exigir de la sociedad nuevas prácticas que desplacen las conductas o la convivencia impregnada de una configuración cultural anterior. Puede también crear en algunos un estilo de vida más acorde con la lógica sistémica y dejar a otros desplazados del modelo cultural predominante. Ello implica que la base material influye en la sociedad para producir cambios culturales que muchas veces se dan sin ser percibidos por los sujetos y que pueden provocar resistencias en unos o acoplamientos en otros al modelo económico imperante. También los éxitos en la economía puede retroalimentar las características culturales consideradas como medios. Por ejemplo, puede ayudar a invertir más en educación y en ciencia y tecnología, o puede estimular la creatividad y la capacidad de emprender o mejorar los niveles de ingreso de los trabajadores y con ello aumentar la confianza y la disposición al trabajo y a la calidad. Las conexiones entre cultura y crecimiento económico, se dan en ambos sentidos, hacia el crecimiento y hacia la cultura.

Las preguntas centrales de este escrito podrían formularse así: ¿qué ideas, valores y modos de vida han influido o están influyendo en el modelo de crecimiento que se realizó en el pasado y en el modelo actual de crecimiento? Si ellas han variado en el presente ¿cuáles serían las tendencias culturales que condicionan o sostienen dicho modelo? O a la inversa, ¿de qué forma un esquema de desarrollo capitalista y globalizado como el actual puede moldear la convivencia, los estilos de vida con sus valores, instituciones y representaciones?

Se podría formular la hipótesis que en Chile se ha producido un cambio cultural que se expresa en nuevas formas de vida, de valoraciones de la empresa y el trabajo, la política, el consumo, la protección social, las relaciones interpersonales, la familia y la vida en sociedad. Desde otra perspectiva se podría también afirmar que para unos el modelo de desarrollo basado en un sistema capitalista de mercado abierto al mundo es valorado como signo del progreso. Otros, sus experiencias de vida los llevan a tener que resignarse a dicho modelo y adecuarse a su funcionamiento con desgano. Hay quienes tienen una actitud crítica y buscan formas de resistirlo. Todos ellos tienen una representación o imagen de lo que es el progreso. Esa representación puede diferir dadas diferencias culturales nacidas de la experiencia y de las imágenes que unos y otros han construido.

Algo ha cambiado en la manera de vivir y de valorar la vida, las instituciones, la política, la economía, la asociatividad y el futuro colectivo. Este cambio a algunos inquieta y a otros, al mismo tiempo, les genera oportunidades que antes no vislumbraban. Existen chilenos incorporados y satisfechos con el sistema imperante y hay otros en actitudes de desesperanza o descontento. La vida social chilena vive la ambivalencia entre la adaptación a los cambios producidos por el modelo de crecimiento y la presencia de rasgos culturales vinculados a las tradiciones, valoraciones, e imaginarios que se acumularon en el proceso histórico. En esta ambivalencia, pareciera que muchos chilenos no logran hacer inteligible lo que les pasa en su cotidianeidad. Su estilo de vida ha cambiado y no se poseen los códigos para comprenderse ni para comprender el cambio producido, especialmente en el orden económico con sus efectos sociales e individuales en la vida cotidiana. Saber que algo diferente afecta la vida sin poder comprenderlo e influir en dichos cambios, puede generar sentimientos de malestar, resignación o resistencia.

El sentido de estas páginas es poner de relieve esta ambivalencia. En los estilos de vida de los chilenos unos preferirían un contexto distinto en el cual la economía fuera orientada por el sentido de solidaridad y cooperación. Que no generara tantas diferencias sociales, que hubiera mayor igualdad y oportunidades, más reconocimiento a la dignidad de las personas, menos inseguridad y temor en relación con el futuro personal y familiar. Estas aspiraciones se endosan muchas veces a la política y al Estado, los cuales no están en condiciones de responder, sino parcialmente. En el imaginario de muchos esta era la función de política y gobierno. Pero los cambios en las reglas de juego nacional e internacional son difíciles de modificar. Los chilenos en su cotidianeidad observan un desacople entre lo que imaginaban y sus experiencias diarias. Observan también que unos progresan y otros siguen igual. ¿Para qué entonces política y gobierno? Otros, en cambio, consideran que por fin el país encontró la senda del progreso con una economía basada en valores individualistas como el lucro, la libertad de emprender, con una amplia flexibilidad laboral, una extensa libertad de elección de las personas en el mercado, sin intervención del Estado, con amplias oportunidades para las empresas, sin barreras al comercio y a las relaciones con otras economías en el mundo, con incentivos a la inversión extranjera y a los movimientos de capitales. Todo lo anterior es lo que aseguraría las condiciones del progreso de las personas y del país.

La ambivalencia antes descrita podría estar relacionada con dos patrones culturales en juego. Unos valoran la solidaridad, la comunidad, las relaciones de confianza y amistad, la tradición y la familia y añoran un estilo de vida más acorde con dichas tradiciones. Otros se motivan en la competencia, la innovación y las oportunidades de las nuevas tecnologías que les abre la posibilidad de hacerse presente en un mercado globalizado.

Pareciera que en el país se encuentran dos énfasis o maneras de entender la vida en común, el progreso y el desarrollo. ¿Es posible que entre los chilenos convivan dos aproximaciones a las orientaciones normativas de la economía y en general de la vida en común? ¿Es posible que se esté dando una cierta confrontación sobre las “ideas, valores y modos de vida” (cultura) de algunos que no corresponden a los de otros en relación con el orden económico y social? En los párrafos que siguen se trata de intentar hacer alguna luz sobre esta especie de dos miradas sobre la economía proveniente de la diversidad de aproximaciones culturales.

1.- ¿Cultura vs. Economía?
El análisis económico, en general, ha ignorado la inclusión de los patrones culturales en su explicación sobre crecimiento y desarrollo. Una pregunta aún no resuelta por la ciencia económica son las razones que podrían influir en la riqueza o la pobreza de las naciones.

No se logra asimilar la importancia de los factores no económicos en el funcionamiento y en los logros o fracasos del modelo de crecimiento. En general, el papel que puede jugar la cultura en el desarrollo económico y viceversa, aparece para muchos espíritus tecnocráticos como una disquisición irrelevante. Para ciertos economistas, por ejemplo, es un axioma que una apropiada política económica implementada con eficiencia producirá los mismos resultados sin referencia a la cultura (L.Harrinson y S. Huntington, 2000).

Según estos autores el Director del Federal Reserve Board, Alan Greenspan, era uno de estos economistas. Asumía que los individuos eran naturalmente “capitalistas” y que, por ejemplo, el colapso de la economía soviética automáticamente conduciría a un sistema empresarial de libre mercado. El capitalismo para Greenspan “estaba en la naturaleza humana”. Pero el desastre de la economía rusa lo llevó a concluir que no existía tal “naturaleza” pero sí grandes desafíos en el orden cultural.

Un ejemplo como el anterior, de indiferencia al papel que implica la relación entre cultura y economía, puede encontrarse en muchos otros economistas contemporáneos. En el caso chileno, se puede apreciar que no existe referencia alguna, en varias publicaciones llevadas a cabo dentro de la exclusiva lógica económica, a las condiciones socioculturales y políticas que hicieron factibles las reformas económicas realizadas en las décadas recientes. Una buena política económica aparece como la causa única de los logros que se proclaman. La autonomía de la economía de toda otra dimensión parece prevalecer en el pensamiento de algunos economistas.

Pero, la interacción entre cultura y economía viene siendo estudiada con mayor intensidad desde los inicios del siglo pasado y desde esos años existen muchos trabajos al respecto. Se distinguen, entre otros, los de Albert Hirschman, Amartya Sen, Dani Rodrik, Joseph Stiglitz. Más extendida es la reflexión sobre la relación entre cultura y economía entre cientistas políticos, sociólogos, filósofos e historiadores. El pensador que más agudamente analizó esta relación fue Max Weber en su conocida obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo escrita en su última versión poco antes de su muerte en 1920. Weber ha mantenido una influencia determinante en la significación que la cultura puede llegar a tener en el desarrollo económico, en este caso del capitalismo. El objetivo de la investigación weberiana era descubrir si los orígenes del capitalismo europeo podían ser explicados desde bases no únicamente económicas. Es esta la inquietud olvidada en muchos economistas en la actualidad. Más aún, Weber hace un largo esfuerzo por comprender las otras religiones del mundo para analizar como ellas influían o condicionaban el desarrollo.

Son conocidas las tesis de este autor de que el calvinismo con su dogma de la predeterminación construyó un arquetipo del empresario capitalista que “aborreció la ostentación, el lujo inútil y el goce consciente de su poder”. Es la práctica de un “ascetismo” en el mundo el que logra influir en un desarrollo de un “espíritu del capitalismo” que se estructura y expresa en “la organización racional del trabajo formalmente libre” como es la moderna empresa capitalista. Ello se opone y no tiene ninguna relación con el “capitalismo aventurero”, según Weber, que es el capitalismo que especula con la guerra, la política o la administración.

El calvinismo agregó algo fundamental al cristianismo: “la idea de la necesidad de comprobar la fe en la vida profesional” para aquellos que estaban predeterminados por Dios desde la eternidad para ser “santos en el mundo”. Más aún, para Weber en la doctrina calvinista “el hombre es tan sólo un administrador de los bienes que la gracia divina se ha dignado concederle y, como el criado de la Biblia, ha de rendir cuenta de cada céntimo que se le confía y por lo menos es arriesgado gastarlo en algo cuyo fin no es la gloria de Dios, sino el propio goce” (Weber, 1920, pag.210). Según Weber el calvinismo y el puritanismo, si bien es cierto rompen las cadenas “del afán de lucro”, legalizándolo y considerándolo como “precepto divino”, al mismo tiempo proponen el trabajo incesante “como un medio ascético superior”. Esto define “el espíritu del capitalismo”.

Es importante subrayar, para los fines de este trabajo, que Weber es consciente que no existe un determinismo cultural, en este caso de “la ética protestante” sobre la economía capitalista. Para él es un hecho histórico y no una ley de la historia este rol que puede jugar la cultura como elemento causal o condicionante de los procesos sociales y económicos. Para Weber ni la Reforma es producto de “determinadas transformaciones en el orden económico” (pag. 104) “ni el capitalismo sería un producto de la misma”(pag.105). En definitiva para Weber los cambios culturales se dan en “recíprocas influencias entre los fundamentos materiales, las formas de organización político-social y el contenido espiritual de las distintas épocas de la Reforma…” (pag. 105).

No existe entonces un determinismo en esta relación ni de parte de la cultura ni de la economía. Es importante subrayar que en la visión weberiana la relación de la Reforma con el nacimiento del capitalismo es un hecho histórico y otros hechos históricos pueden generar formas diversas de organización económica de carácter capitalistas. Es el caso de Japón o de Corea. No es sólo el resultado de una occidentalización como algunos sugieren. Valores sociales de la disciplina y la autoridad confuciana pueden acarrear resultados de modernización económica. Según Amartya Sen la cultura europea no es la única vía hacia una modernización triunfante. Cultura y economía interactúan con rangos de mayor o menor influencia dependiendo de circunstancias históricas determinadas. Esta perspectiva que entrega Weber y que complementan otros autores como Sen o J. Mohan Rao es importante para la reflexión sobre cultura y economía en el caso chileno.

2.- La cultura y su significación en la vida social de Chile del siglo XX

Se podría decir, a modo de hipótesis, que Chile del Siglo XX es una construcción cultural influida por características similares a las tres dimensiones que propone Weber en el párrafo antes citado. Sintéticamente se podría señalar que el desenvolvimiento histórico nacional de comienzos del siglo pasado se caracteriza por la confluencia e interacción de tres crisis: la crisis del salitre y de la economía mono exportadora, sumado a ello la crisis económica mundial de 1929; la crisis político-social y, por último, los cambios en las pautas y orientaciones de la Iglesia Católica junto a la creciente secularización y hegemonía del credo “laico” en la esfera espiritual e intelectual.

No es menor, en la conformación de la base cultural del siglo pasado, la crisis y transformación de las bases materiales de la sociedad chilena. El boom económico salitrero generó un clima de euforia y derroche ante los enormes ingresos que posibilitó la explotación de esta enorme riqueza minera. El Estado capturaba, vía impuestos, grandes sumas que las distribuían, bajo diversas formas, en la población del país. La burguesía minera se vinculó con las más importantes familias del centro rural, las cuales se confundieron en un grupo social oligárquico que dominó la política, la economía, las artes, los gustos y modas de comienzo de siglo, muchas de ellas traídas directamente de los más refinados centros europeos.

La crisis salitrera primero y la gran depresión de los años 30 después golpearon de manera brutal la economía y la sociedad. Se ha señalado que fue Chile uno de los países del planeta más duramente tratados por la crisis mundial. En pocos años se transita de la exaltación y la riqueza nacional -cuyos ingresos per cápita llegó a ser mayor que el de Suiza- a una sociedad mayoritariamente empobrecida hasta condiciones de miseria y hambre.

En ese período surge la cuestión social con las primeras huelgas y conflictos violentos que abren paso a la emergencia de la “clase obrera”. Se enarbola políticamente el tema de la justicia social con un nuevo liderazgo político (Arturo Alessandri) que redefine la función del Estado, su rol económico y su poder en todos los dominios de la vida social.

Por diversas razones Chile es arrastrado a una crisis política desde 1924 hasta 1932. Pero las nuevas tendencias sociales, políticas y económicas que se forjaron con la doble crisis -económica y política- se acentuaron en los decenios futuros. Se produjo un masivo desplazamiento del rol cultural, casi hegemónico que ejercía la oligarquía, a los nuevos actores: el Estado, los partidos de centro y de izquierda, la clase media y obrera. Todos ellos asumen el papel de sujetos de las grandes transformaciones llevadas a cabo durante el transcurso del primer tercio del siglo.

En esos tiempos se producen dos hechos de gran importancia futura en la conformación de la cultura que dominará parte del siglo XX. La emergencia de una fuerte secularización, que extendía sus raíces a los últimos decenios del siglo XIX, se posiciona con su influencia en la vida intelectual, educacional, política, artística y también en el ámbito de las costumbres, modas y gustos de la sociedad. El declinar del poder de la oligarquía se ve acompañado con la declinación de la influencia de la Iglesia Católica en la vida nacional. Ello se hace ostensible sobre todo en la vida intelectual, política y cultural. El nacimiento posterior de tendencias socialcristianas le posibilitan un nuevo aire e influencia.

A partir de estas transformaciones se produce un cambio cultural en el país que, al decir de Weber, surgen de una “recíproca influencia entre los fundamentos materiales, las formas de organización político-social y el contenido espiritual…” Las transformaciones culturales de la vida nacional se ven influidas y reforzadas por los cambios y acontecimientos que sacudieron al mundo en estos tres ámbitos. Chile se vinculó al mundo especialmente europeo y este influyó en forma significativa en su acontecer militar, educacional, artístico, político, económico y social. Esta influencia afirmó el rol que el Estado venía jugando desde el siglo XIX. También dio nuevos horizontes, impulsos e ideas a los actores sociales emergentes después de la gran crisis de los años 20.

Se podría decir que los sucesos nacionales y mundiales fueron construyendo una orientación socio-cultural que afirmaba, en palabras de G. Vico en el siglo XVIII, que “el mundo de la sociedad ha sido a todas luces hecho por los hombres y de que puesto que los hombres lo han hecho pueden albergar esperanzas de conocerlo, dominarlo y moldearlo a su voluntad” (R. Williams, 1994). El gran cambio cultural es la afirmación de que la economía, la política, la ciencia y la tecnología son los instrumentos del quehacer humano para construir un “nosotros” nacional. En otras palabras, se extiende la idea que se puede moldear a nuestro gusto la vida en sociedad.

Este proceso de autoafirmación y autodeterminación social también sucedió en Chile. Se fue dando durante el transcurso del siglo un proceso de afirmación de la democracia, una economía sustitutiva con una alta protección estatal, la integración creciente de diversos grupos sociales organizados a la vida nacional y se conformó un sistema de partidos que se alternaron en el poder. El Estado fue un agente clave en la construcción del orden mesocrático del siglo XX. Los chilenos se creían inmunes a las rupturas políticas democráticas. Existía confianza de que el diálogo finalmente resolvía los conflictos y la convivencia era alimentada por una vida cívica de tolerancia y respeto a los diferentes
credos e ideas. Se podían realizar los cambios que los ciudadanos quisieran tanto en la economía, las instituciones, las estructuras sociales como la educación, la ciencia y las artes. En las diversas esferas de la sociedad se fue extendiendo un cemento o adhesivo que logró mantener una unidad en la diversidad sin grandes traumas o conflictos durante casi medio siglo.

La cultura poseía un influjo central y condicionante del quehacer en todas las esferas de la vida. En un lento proceso se configuraron los tres elementos culturales que dan sustento a una convivencia social: fundamento, es decir un principio básico en que se apoya un proyecto colectivo y la construcción de un “nosotros”, como fueron los derechos de los ciudadanos en democracia; unidad, o sea, la conjunción de “imágenes y símbolos” que representan el “nosotros” en el mundo y que expresan el orden social; y finalidades, es decir, la proyección hacia otros horizontes que se creen mejores que el actual. Estos tres elementos culturales dieron forma y contenido al sentido de cambio y de autoafirmación que dominó gran parte del siglo XX. Este fue el espíritu de la época que se apoderó de la sociedad chilena. En este contexto se dio un esquema de desenvolvimiento del país en que el rol del Estado fue central para equilibrar democracia, integración social y crecimiento basado en la ampliación del mercado interno.

La cultura chilena, es decir las ideas predominantes, los valores que se proclamaron y las representaciones del futuro colectivo fue siendo atravesada por lo que se ha denominado como “grandes horizontes de espera”. Dichos horizontes de futuro justificaron las luchas y los sacrificios de generaciones que buscaban la realización de su “proyecto histórico”. La cultura está impregnada por un rasgo central de la época de postguerra, es el momento de las finalidades o utopías posibles. La política fue el gran ámbito de acción que influyó en la constitución de un modo de vivir en sociedad: constituirse en actores colectivos que intentaron de moldear el futuro.

En el contexto de la Guerra Fría se fue apoderando de los imaginarios culturales de que era necesario y casi una obligación moral la competencia por apropiarse de un poder de dominio con finalidades consideradas mutuamente el “bien y el mal”. El poder no es nada cuando está carente de sentido. Los constructores o mejor “los combatientes” de la historia proyectan sus finalidades y sus fundamentos y luchan por ellos, pero muchas veces afectan la unidad de la sociedad. En otras palabras, aparece cuestionado lo que tradicionalmente se valoraba como una de las conquistas constitutivas de la identidad nacional: “el orden” social. Este aparece tensionado en una lucha por el poder a nivel nacional y mundial, espacios íntimamente relacionados. Se trataba de una confrontación por valores, ideas y modelos de vida. La cultura confundida con proyectos ideológicos era el gran foco que iluminaba la política, la economía y las relaciones sociales. Definía los grandes horizontes de unos y otros en su autodefinición de sujetos históricos. En Chile este proceso se vivió con inusitada intensidad, con todos sus conflictos y también con todas sus tragedias.

3.- La gran ruptura: la economía agente de cultura.
Los acontecimientos que suceden en Chile en 1973, más allá de todas los sufrimientos y horrores que vivieron muchas familias es, desde el punto de vista de la relación cultura y economía, un cambio radical de lo que Chile venía construyendo durante gran parte del siglo XX, hasta la gran ruptura. Se podría afirmar que es el gran cambio del gobierno militar. El país que había vivido la revolución de 1891, la crisis de los años 20 fue capaz de moldear su futuro desde 1932 y construir un “orden” (de compromiso, afirman algunos) que se fue perfeccionando hasta la década del 70. La sociedad amplió su densidad y su participación en el proceso de transformaciones que posibilitaba el “orden”. El adhesivo cultural aparecía sólido, pero factores internos y mundiales van desvaneciendo el pegamento del “nosotros” nacional.

Se fue diluyendo la capacidad de compromiso de la sociedad que posibilitaba la autodeterminación dentro del “orden”. Ello afecta el fundamento, la unidad y la posibilidad de perseguir finalidades colectivas. De esta manera se socava la sustentabilidad de la convivencia en democracia y el respeto a los derechos de las personas. Se abre camino al papel de la fuerza para que, en nombre de la reconstrucción del “orden”, se remodele la sociedad y el futuro de Chile por parte de una elite política, tecnocrática y militar. La compulsión fue la norma. Por un lado, se trata de la erradicación del “mal”, del “cáncer marxista”. Por la otra, la reconstrucción de la economía bajo nuevos fundamentos y finalidades con la esperanza de que ello posibilitara una reconstitución de la “unidad” perdida. El desarrollo no requería la libertad ni el respeto a los seres humanos, ni menos “el lujo” de la democracia. Lo primero era lograr el crecimiento para dejar para después la integración social, los derechos humanos y la democracia. Estos fines sociales y fundamento de una cultura de la libertad no eran comprendidos como relevantes en la concepción del “desarrollo”. Si aplicáramos la conceptualización weberiana, era necesario la reconstrucción “de los fundamentos materiales” bajo la receta del capitalismo; con una diferente “forma de organización político social” el autoritarismo o dictadura; orientada a una finalidad “espiritual” como era la lucha contra el “mal”, el marxismo-leninismo.

Para esta parte del trabajo interesa fundamentalmente cómo la economía capitalista, de libre mercado y globalizada -tan denostada por muchos actores en el período anterior a 1973- se instala en el país bajo la protección de la fuerza. Esto se logra en un breve período a través de un cambio radical y compulsivo. Un grupo tecnocrático, sobre todo de economistas, vinculado al régimen no sólo idean sino que impulsan a los militares a realizar “la gran transformación”. Además se hacen cargo de privatizar y al mismo tiempo controlar todo lo que en el gobierno anterior se había acumulado en manos del Estado.

¿Qué razones pueden explicar que este nuevo sistema se haya consolidado y haya ido conformando una nueva cultura predominante? Más adelante observaremos las resistencias que parecen emerger desde la memoria y del imaginario colectivo y desde ciertas críticas en el ámbito intelectual.

En primer término, el modelo económico, como se ha señalado, fue el resultado de una política económica impuesta a los chilenos en forma vertical. No fue objeto de un acuerdo social. Al contrario, se restringió toda expresión de disidencia y se persiguió a quienes osaban mostrar los costos sociales del modelo neoliberal. En la práctica se ha ido asumiendo, aún a contracorriente, la constelación de valores y actitudes que definen y envuelven “al ciudadano consumidor”. “Ese y no otro, es el principal desplazamiento cultural operado por la revolución capitalista en curso en el país. En realidad, esa es la forma como el capitalismo se manifiesta en la cultura cada vez que el mercado, y no el Estado, pasa a constituir el eje más dinámico de la sociedad” (J. J. Brunner, 1998)

Pero este posicionamiento del mercado se dio en un vacío social. La lógica imperante entre la elite técnica y político-militar que llevó a cabo las transformaciones legales e institucionales que abrieron paso al nuevo paradigma se esforzaba por denigrar todo el pasado como añejo y falto de capacidad para enfrentar los desafíos del nuevo contexto económico y tecnológico que se vislumbraba en la década de los 80. En este contexto, las experiencias, valores, ideas y tradiciones forjadas durante el período posterior a la gran crisis de los años 30 no tenía valor alguno. Era un fardo del que había que desprenderse si se quería un crecimiento acelerado y eficiente. En esta perspectiva la economía estuvo llamada a crear sus bases culturales para que las personas y las empresas se acomodaran a la nueva racionalidad económica. “A fin de cuenta, señala Brunner, el mercado, más que una red de intercambios económicos, es justamente eso: un gran transformador de la existencia social. Es un lugar físico y espiritual a la vez que, tan pronto se hace cargo de la producción y distribución de toda suerte de bienes y servicios materiales y simbólicos, se encarga también, simultáneamente, reorganizar la sociedad y el trayecto vital de sus agentes” ( J. J. Brunner,1998). En palabras de K. Polanyi “el mercado necesita una sociedad de mercado” que modifica la cultura y los estilos de vida sobre todo cuando se ha instalado en forma autoritaria un mercado y un capitalismo globalizado con influencias en casi todas de las dimensiones de la vida individual y social.

Un segundo factor que facilitó la implantación del modelo de economía hoy predominante fue la desaparición de los socialismos reales. Ello abolió toda idea de una alternativa al neoliberalismo triunfante en el mundo. Receta respaldada por un grupo de economistas neoclásicos junto a las políticas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. A todo lo anterior se sumó el “ejemplo” de lo que algunos calificaban como los éxitos de las políticas de los gobiernos de Ronald Reagan y de Margaret Thatcher.

No sólo el estrepitoso desastre de la experiencia socialista afirmó la orientación de las reformas económicas chilenas. También influyeron las dificultades que experimentaban las economías europeas consideradas por sus éxitos de posguerra los modelos a seguir bajo la inspiración del Estado de Bienestar. Todo lo anterior facilitó el discurso oficial.

Había, en la práctica un modelo en pie, este era una economía de mercado, capitalista, abierta unilateralmente a la competencia internacional, sin regulaciones del Estado, con privatizaciones, con una nueva institucionalidad laboral flexible. El imaginario del período anterior de un Estado que protegía o que buscaba formas de integración social pretende ser borrado por el nuevo paradigma en que la economía capitalista juega un rol principal y autónomo.

Este modelo, en sus bases fundamentales, sobrevivió al cambio de régimen político que comenzó en marzo de 1990. La pregunta que se podría plantear es ¿por qué en democracia los gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia no plantearon una alternativa al modelo vigente? Hay quienes sostienen que las políticas económicas de la última década del siglo XX son esencialmente diferentes a las del régimen militar. Sus principales innovaciones es que se realizan en democracia, con libertad política y social, con un sindicalismo revivido (aunque debilitado) después de los años de la represión y con políticas sociales por parte del Estado en materia de salud, educación, vivienda, transporte, recreación y desarrollo asociativo inexistentes en el período anterior. Pero, cualquier analista u observador externo podría señalar que las bases fundamentales del modelo económico se mantuvieron según el diseño inicial, acentuándose incluso el papel asignado a la empresa privada con nuevas privatizaciones y con la responsabilidad de hacerse cargo de la inversión en infraestructura y en monopolios naturales como las empresas sanitarias que no se tocaron en el gobierno militar. Más aún en materia de apertura externa los gobiernos de la Concertación son los pioneros del libre comercio al celebrar numerosos acuerdos bilaterales que consagran este enfoque. Se mantiene la política de rebaja unilateral del arancel externo y Chile se da como ejemplo entre los países en desarrollo de una política liberal en este campo.

La pregunta sigue en pie sobre las razones de darle continuidad al modelo de economía de mercado por parte de quienes fueron sus más agudos críticos durante los años de su puesta en práctica. La respuesta se podría resumir diciendo que durante estos años, desde 1989 con la caída de los muros y el fin de los socialismos y la crisis del Estado de Bienestar, con la extensión de la globalización y con los acelerados cambios tecnológicos -y hay que señalarlo- con los éxitos de la economía chilena avalada por el elogio extranjero, se derrumban las resistencias culturales al capitalismo en Chile y en el mundo. Se impone una cierta cultura de que era el camino único y casi “natural”. Desde la Iglesia Católica con su crítica aguda al liberalismo en sus enseñanzas sociales, baja la guardia y disminuye su resistencia. Los partidos de izquierda marxista hacen su “renovación” ideológica no sólo para revalorizar la democracia formal sino también para asimilar la significación de la economía de mercado. Ciertamente se suman a los que en el mundo buscan complementar el modelo con más justicia social, más igualdad de oportunidades y más participación social, pero no cuestionando sus bases. La economía toma su revancha y su autonomía y fija las reglas y los valores (la cultura) que requiere el modelo para su funcionamiento.

La sociedad empieza a adecuarse a la racionalidad que impone el modelo económico. Se redefinen los estilos de vida, se extienden las oportunidades de consumo, se logra masivamente ser sujeto de crédito, se modifican los espacios públicos siendo el “mall” el lugar privilegiado para el esparcimiento, ciertamente atraído por el deseo de consumo. Se extiende la privatización de la vida en sociedad, disminuyendo o haciendo más instrumental la participación en partidos, organizaciones sociales, sindicatos y organizaciones comunitarias. Se modifican los patrones ancestrales en la familia no sólo por la creciente incorporación de la mujer al mercado laboral, sino por las nuevas formas de las relaciones entre padres e hijos. Todo esto se realizó adaptando la sociedad al cambio económico y tecnológico. Sin resistencia y alternativa manifiesta y sólida, frente al cambio cultural que trae el mercado, la gente debe acomodarse a la oferta del consumo masivo. Se instala la expectativa de que es posible de elevación del nivel de vida, lo que se extiende durante los diez primeros años de la democracia, ayudando así a la construcción de un sentido de legitimidad de la organización económica.

4.- ¿Una nueva aparición de la cultura?
La sociedad chilena sabe que algo profundo se transformó en estas dos últimas décadas. Es el debilitamiento cultural de la sociedad nacional con sus raíces en el siglo XX. Es decir, se diluyen los valores, instituciones y prácticas que servían de fundamento al sentido de pertenencia a una comunidad nacional. Esta se ve envuelta, simultáneamente, en intensos procesos de hegemonía y autonomía de lo económico, de individualización y globalización. La vida parece más solitaria. Se ha desvanecido la confianza en el barrio y en la calle. La gente cambia el miedo generalizado al “sapo delator” por el temor al delincuente. En el trabajo se está siempre con temor tanto por la inseguridad en el empleo como por las transformaciones tecnológicas. Estas obligan a estar atentos a la necesidad de reciclarse para adecuarse a las nuevas exigencias de la productividad de tal modo de mejorar las condiciones competitivas de las empresas.

La vida en las grandes ciudades se hace cada día más compleja. La congestión, distancia y duración de los desplazamientos entre el lugar de vida y de trabajo es cansador y ocupa una parte importante de las horas de una persona. El tiempo libre para la familia y para realizar otras dimensiones de la vida se hace cada día más limitado. Las nuevas dependencias de la tarjeta de crédito o de las presiones familiares para comprar lo que el marketing propone, hace que muchas veces sea necesario tener una jornada y media de trabajo. Al fin de mes no sólo hay que pagar, como antes la luz y el agua, ahora hay que compartir el costo de la educación en algunos liceos o escuelas o pagar un colegio particular. Hay que hacer un copago en las atenciones de salud y, además, el trabajador debe asumir el costo de la previsión. La vida definitivamente para muchos es más pesada y exigente. Pero hay que adaptarse. No existe alternativa.

Si todos los trastornos que se sufren en la vida cotidiana revisten diversos significados, nada indica que tengan algún sentido. Surgen manifestaciones de indiferencia a objetivos colectivos, de desapego a las instituciones, de escepticismo frente a los valores y a los símbolos que daban antes sentido a la vida personal y social. Se manifiestan en diversas formas, actitudes o comportamientos, especialmente en los jóvenes que parecen indicar un grado creciente de desintegración social. El estilo de vida ha cambiado y pocos pueden comprender las razones del cambio.

Pero, quizás por el desajuste entre lo que vivimos y lo que está en nuestra memoria y en nuestro imaginario surge una nueva oportunidad para revalorizar el papel de la cultura en la construcción de nuestro futuro como país. En la llamada “democracia de mercado” en un mundo globalizado con su tendencia a la homogenización de la cultura, que se hace presente a través de la globalización de la comunicaciones, la industria cultural y la internacionalización de modas y gustos, ¿puede volver a tomar su importancia y su papel las necesidad de contar con nuevas bases culturales que moldeen el “nosotros” nacional, nuestra identidad y nuestra capacidad de ser sujetos sociales? Posiblemente en pocas etapas en la historia fue tan necesario no sólo vivir en el presente sino que la sociedad pueda proyectarse al porvenir. Desgraciadamente esto sucede cuando en el plano intelectual nunca se ha estado tan pobremente armado para concebirlo (Laïdi, 1997. Pag.25). Y es en estos momentos cuando se pone en cuestión no los mercados ni la globalización del capitalismo sino la necesidad de “governance”, de darle un contenido cultural, es decir fundamento, unidad y finalidades a la economía. Por ello que por todas partes los restos de identidades colectivas se ven solicitadas y reactivadas por los actores políticos y sociales más diversos para innovar y reencontrar sentido al poder, a la economía y a la convivencia logrando equilibrar continuidad y cambio.

Desde otra perspectiva, se desarrolla una ola crítica a las políticas neoliberales que trajeron consecuencias a la vida cotidiana de las personas y las sociedades sin preservar ni la integración social ni las identidades culturales. Como lo señalan Informes recientes de Naciones Unidas y del Banco Mundial, esta situación no solo ha afectado a países en desarrollo sino también a los desarrollados de occidente. Ello podría ser un signo de que la hegemonía y autonomía de la economía globalizada no estaría respondiendo a las necesidades de integración y participación social y a la legitimidad de la democracia.

Muchos estudiosos en los últimos años observan efectos no esperados con las recetas neoliberales que prometían el desarrollo y el bienestar. El primero en dar la voz de alarma entre los que en su momento lanzaron el llamado Consenso de Washington que dio luz verde a las políticas de ajustes basadas en criterios economicistas fue Michael Camdessus. En 1992 afirmó: “Las agencias internacionales, entre estas el FMI no han puesto atención suficiente en los costos humanos de corto plazo que están involucrados en el ajuste o en la transición a una economía de mercado. El componente social de las intervenciones ha sido esporádico, financieramente inadecuado y desorganizado” (M. Camdessus, 1992).

Hace poco tiempo el ahora ex Director del FMI afirmó: “El neoliberalismo no es mi religión. Sólo ve la mano invisible del mercado. Mi concepción de la economía incluye la mano invisible del mercado, pero también la mano de la solidaridad y lo que llamamos en francés la “mano de la justicia”, la cual es el símbolo del Estado como regulador, proporcionando una estructura de mercado que maximiza el potencial de la sociedad para la prosperidad y el bienestar” (M. Camdessus, 2000).

Este retorno a la importancia de valores culturales en relación con las bases de la economía se puede constatar también en la siguiente afirmación: “la conservación de la cultura reviste vital importancia, no sólo la de los artefactos, libros y lugares históricos, sino también la de la palabra y las artes. Creo que no puede haber un verdadero desarrollo nacional si no se preservan la historia y la cultura de los pueblos sobre todo en un nuevo medio globalizado, en el que hay la presión para imponer la “uniformidad” en todos los países.” El que escribe estas páginas es James D. Wolfensohn, Presidente del Banco Mundial (1999). Más aún se pregunta: “qué sería de países como Francia, Alemania, Italia, y aún Australia, sin la cultura que los define.”

Las citas anteriores son el resultado de una revisión crítica a la hegemonía del mercado globalizado que no logra cumplir sus promesas fundantes como son la integración social y el bienestar para todos. Sin ello se aumenta la pobreza y se pone en cuestión la sustentabilidad de la democracia y del propio modelo económico surgido de la tecnocracia que no se percató que las recetas económicas por si solas no resuelven todas las demandas de la sociedad. Para el Premio Nobel de Economía 2001, Joseph Stiglitz, “el desarrollo de un país está inserto en su organización social, de manera que abordar las inequidades estructurales requiere no sólo cambios económicos, sino también transformaciones en la sociedad misma” (J. Stiglitz, 1998).

Algo similar comienza a suceder en Chile. Diversos estudios empíricos dan señales de que la sociedad no se conforma con los resultados y ofertas que la economía globalizada entrega a la población. El modelo actual se presenta como un desafío más o menos gratificante que se le abría a una gama creciente de empresas para conquistar mercados.

En algunos casos fue una oportunidad para readecuarse a las exigencias de la competitividad ya que se podía tener acceso a nuevas tecnologías. Este modelo de crecimiento no aparece como una esperanza para las grandes mayorías. Una economía capitalista globalizada ha sido un desafío más bien elitista que no ha comprometido la adhesión de la sociedad por más que algunos los líderes empresariales y políticos así lo proclamen. Ello se ha agravado con los efectos de la crisis que nos complica la vida desde 1998. La encuesta del PNUD 2002 muestra claramente que se mantiene un sentimiento de distancia y lejanía, cuando no de irritación de una parte significativa de la sociedad sobre las reglas de juego que implica el modelo en la vida cotidiana de las personas y las familias.

De lo anterior se desprende que se ha desarrollado una brecha que separa la experiencia -lo que hacemos- de la espera -aquello a lo que aspiramos o soñamos. (IDH, Chile 2000).

Cada vez se hace más crítica una forma de vida que desconecta lo que se hace del sentido o finalidades sociales, es decir del proyecto o por-venir. La economía esta vez, como lo hacen Wolfansohn, Stiglitz y Camdessus, requiere de la sociedad y la cultura para hacer más armónico y sustentable el desarrollo. Ello implica construir sentido y finalidades. Solo la cultura entrega los fundamentos adecuados sobre el horizonte hacia donde puede orientarse el futuro de la sociedad chilena con su identidad y su historia. En otras palabras, la pregunta de los chilenos cada día parece centrarse más en el para qué y hacia dónde y no sólo en el cómo. Esta respuesta sólo la tienen los que saben discernir en el pasado, con sus altos y bajos, las señales del futuro. La Historia no es inútil. Nos valora y nos enseña. También nos reprende. No se trata de repetir el pasado en ningún ámbito. Pero como los seres humanos la historia está presente y nos sigue. El gran desafío es saber discernir nuestro porvenir desde ella. Chile parece estar cada día más en esta coyuntura, es decir saber fundar un orden social (unidad) que conozca sus finalidades. Esa es la tarea de la cultura más específicamente de una cultura cívica que pueda desentrañar en nuestro imaginario y en los estilos de vida cotidianos las orientaciones o pautas de cómo queremos el futuro. La economía es un medio muy importante pero sólo un medio que sirve a finalidades y a valores que entreguen sentido a la vida en común.

Esta aproximación cultural de los desafíos que enfrenta el país, empieza a ser reconocido por los propios agentes económicos. Cuando se coloca como tema de ENADE 2000 el tema de la “confianza”. Ya no es un problema solamente económico o financiero el que se percibe como obstáculo a la expansión económica. Puede tratarse de la confianza en las relaciones con el Gobierno, pero es también la confianza que los ciudadanos tienen con sus empresarios. Muchos datos empíricos muestran una enorme distancia entre ambos.

Cuando los empresarios comienzan a preguntarse por su responsabilidad social frente a los problemas de la pobreza o la inequidad en el nivel de ingreso quiere decir que ellos son también un problema para disminuir la brecha de la desconfianza. Como lo señala Weber, esta es la virtud que da fundamento al capitalismo que él considera próximo al sentido ético del calvinismo. El capitalismo aventurero es el que logra el lucro generando desconfianza por los medios con que lo obtiene. La base cultural del capitalismo se encuentra sólo en la sustentabilidad de la confianza social que genera. La cultura vuelve a poner las cosas en su lugar. La economía es un medio orientado al “bien común”.

Otro ámbito en el cual la cultura vuelve a ser el centro de la preocupación económica es el tema del tiempo. La inmediatez con que se vive el quehacer económico y también político impide construir una mirada de futuro que tenga como objetivo desafíos que están a la vista y que son obligaciones éticas del capitalismo weberiano, o de la ética católica o de una ética secular. La pobreza, la injusticia, la falta de consideración a la dignidad de muchos trabajadores, la necesidad de crear más igualdad en los ingresos y en las oportunidades, más consideración a la subjetividad o los grandes desafíos mundiales que obligan a preservar los bienes comunes de la humanidad son responsabilidades que la inmediatez no deja conversar ni asumir. Se plantean sólo soluciones que lleva a “hacer más cosas” para la gente pero se carece de un proyecto de futuro compartido. Y todo proyecto tiene su fundamento en “ideas, valores y representaciones” es decir en una base cultural para los tiempos de la individualización y de la globalización.

5.- ¿Cómo convivir con la diversidad y construir identidad?
Hay quienes han diagnosticado que a los chilenos les cuesta aceptar al otro distinto, al otro trabajador o empresario, mapuche o huinca, socialista o militar, protestante o católico, peruano o boliviano. Pero también nos cuesta aceptar la diversidad en el orden económico. En Chile pareciera que los únicos reales agentes económicos fueran las grandes empresas nacionales o extranjeras. Más aún, sólo aceptamos un tipo de forma empresarial. Les empresas asociativas cooperativas o de otro orden fácilmente se las califica como estructuras del pasado que no tienen validez ni importancia. La economía informal que representa gran parte del empleo es desconocida, excepto para algunos especialistas. Cuesta construir espacios y oportunidades para todos los diversos tipos de empresas o agentes productivos. Una cultura de la diversidad en todos los planos, incluso en el productivo, parece una tarea pendiente para lograr la integración social y mantener nuestra identidad. Señalaría para el caso de Chile lo que afirma la UNESCO en su Informe Mundial sobre Cultura (1998): “imponer un modelo uniforme a culturas y a países diferentes supone un riesgo para el porvenir económico de esos países y para el de todo el planeta. Nos encontramos actualmente ante una encrucijada y debemos adoptar una estrategia plural y optar por la diversidad y no por la uniformidad”.

La riqueza que presenta el país es su diversidad desde las pequeñas comunas y localidades con sus tradiciones y costumbres hasta su clima y su geografía. Lo mismo sucede en el plano religioso o ideológico; en el plano de las expresiones culturales y, como ya hemos dicho en el mundo productivo. Para Anthony Giddens dicha pluralidad hace necesario que los países que se insertan en una modernización globalizada de sus economías revisen constantemente los patrones con que enfrentan su aproximación a la economía. La razón que entrega Giddens es que entramos en una era que podríamos llamar de “una economía de alto riesgo” y ello obliga a políticas de “prevención”. La economía de alto riesgo, que refleja las condiciones de la globalización, es una economía que descoloca una y otra vez a los agentes económicos, especialmente a las pequeñas y medianas empresas. Es una economía que no integra sino que diluye el cemento cultural. “Es una economía en que la creación de la riqueza, la seguridad y la calidad de la vida quedan desacopladas”. Más aún para muchos agentes económicos que no son actores de la economía global “el crecimiento está alimentado por fuerzas que intensifican la incertidumbre más que reducirla” (A. Giddens, 1997).

Lo interesante es que este autor afirma la necesidad de explorar caminos distintos a la forma puramente economicista y mercantil de hacerse presente en la modernización globalizada. No se trata de desplazar el mercado pero si domesticarlo. La historia no está de nuestra parte, no posee teleología y no nos proporciona garantías, señala Giddens. Pero un elemento esencial de modernidad, la fuerte naturaleza contrafáctica del pensamiento dirigido al futuro, posee implicancias positivas y negativas, porque a través de él, podemos vislumbrar futuras alternativas que asuman la diversidad de las realidades presentes cuya sola propagación podría ayudar a que se realizasen, dando espacio a la creatividad de las diferentes experiencias sociales. Existen proyectos singulares de modernización y de capitalismo. Esto porque la modernización y la globalización, que nace de Occidente, no son proyectos acabados y se encuentra con concepciones y con estrategias diferentes en los países. “Porque ni la radicalización de la modernidad, ni la mundialización del capitalismo y de la vida social son, en ningún sentido procesos acabados. Se pueden dar muchas clases de respuestas culturales a estas instituciones dada la diversidad cultural de los países y del mundo en su conjunto” (A. Giddens, 1994, pag. 163).

La diversidad cultural confrontada a la globalización, como lo señala Wolfhanson, puede transformarse en un momento de creación de nuevos horizontes para sujetos capaces de crear su propia historia y no dejarse arrastrar por los valores y estilos de vida que se les impone desde la corriente homogenizadora de la globalización. Se trata, no de esquivar este proceso de mundialización, sino estar en él de la manera adecuada. Adecuada a las realidades propias de cada país. Esa es la novedad de la modernidad, construir actores reflexivos capaces de definir cómo se desea estar en el mundo. Para ello se requiere capacidad de creatividad y de renovación.

En el orden económico es donde más es necesario afirmar que las diversidades en cada país requieren ser conocidas, valoradas y no seguir, en ciertas áreas, sólo políticas tecnocráticas de carácter universal cada día más desconectadas de las localidades o de las regiones. La única estrategia posible para recuperar la calidad de sujetos de las personas y de los grupos sociales y de lograr de ellos respuestas que potencien el crecimiento, es preservando las identidades culturales. Estas pueden transformarse en capital social. Las diversas expresiones culturales pueden entregar el fundamento, las finalidades que quieren perseguir los diversos grupos, barrios, localidades y comunas. Así será posible lograr unidad entre los individuos para ser sujetos (governance) de este proceso globalizador y no meros observadores del mismo. Subrayamos que la diversidad cultural es una riqueza escondida en nuestra sociedad que podemos potenciarla si entre otras dimensiones las entendemos como el adhesivo de las distintas comunidades. Así tendrán la capacidad de enfrentar por ellos mismos, con apoyo de los municipios, los gobiernos regionales y las políticas públicas nacionales los objetivos propios de las distintas comunidades. Mi afirmación en este sentido es que cuanto más se reconozca la diversidad y se entregue espacio a su desenvolvimiento, se creará mejores condiciones para fortalecer el adhesivo de lo nacional. El sentido de lo nacional se fortalece en la diversidad asumida.

Alcanzar la deseada meta del desarrollo económico es más viable que nunca en términos de tecnologías y potencial productivo. Pero el objetivo se halla muy distante de muchas poblaciones de Chile. Para ello hay que tomar en serio lo que señala Joseph Stiglitz, quien aboga por un nuevo Consenso de Washington que revise las políticas, metas e instrumentos seguidas por las instituciones financieras multilaterales. Resalta el mismo prestigioso economista, que “la experiencia latinoamericana sugiere que deberíamos reexaminar, rehacer y ampliar los conocimientos de desarrollo que se toman como verdad” Y esto es coherente con lo que indican diversas líneas de investigación recientes que sugieren que es imprescindible superar los reduccionismos de corte economicistas e incluir en la reflexión sobre el desarrollo dimensiones políticas, institucionales y culturales.

(B. Kliksberg, 1999). Por ejemplo, Alesina Rodrik (1994), entre otros, sugieren que la desigualdad de renta reduce el crecimiento económico subsiguiente. Knak y Keefer (1996) encuentran que altos niveles de confianza social son positivos en relación con la inversión. Ellos midieron econométricamente las correlaciones entre confianza y cooperación cívica, por un lado, y crecimiento económico, por otro, en un amplio grupo de países y encontraron que el primero tiene un fuerte impacto sobre el segundo. (B. Kliksberg, 1999). Y Easterly y Levine (1996) muestran una correlación negativa entre un índice de fragmentación etnolinguística y niveles subsiguientes de crecimiento económico (D. Rodrik, 1997)


A modo de conclusión

En esta perspectiva, las tesis que sostuviera el Informe de Desarrollo Humano de Chile 2000, tienen toda validez. El desarrollo en general y el Desarrollo Humano en particular es, en gran medida, como lo propone B. Kliksberg, función de medidas políticas, institucionales y culturales que expresen la fortaleza de la sociedad. Quizás en la actualidad estemos muy centrados en las políticas públicas y desconozcamos la riqueza cultural de la sociedad. Si se logra su complementariedad se potenciará el desarrollo.

Podríamos asimilar lo anterior, para los efectos de este trabajo, a la noción de capital social y cultural El desarrollo económico requiere de grados altos de confianza y de reciprocidad entre los actores de una sociedad, normas de comportamiento cívico practicadas y un extenso sólido nivel de asociatividad. Aunque la confianza y la reciprocidad son valores que tienen significado en si, también son funcionales a un buen y eficiente funcionamiento de la economía.

Otros investigadores dan un paso más al valorar la importancia de la cultura en los logros de la economía. Kawachi, Kennedy y Lochner (1997) introdujeron en el análisis el grado de desigualdad económica y verificaron que cuando más altos era este, menor era la confianza que unos ciudadanos tenían en otros. Para Levi (1996) destaca la importancia de los hallazgos de Robert Putnam, pero cree es necesario dar más importancia a las formas en que el Estado puede favorecer el capital social y cultural (B. Kliksberg, 1999).

Como lo propusiera el IDH Chile 2000, se requieren políticas públicas que evalúen el impacto que estas pueden tener en relación con la fortaleza de las relaciones sociales de los diversos grupos, comunas o localidades. Esa fortaleza se encuentra en la recuperación de las identidades culturales.

En otras palabras, el asumir positivamente la pluralidad socio-cultural del país y transformarlo en una base de capital social para enfrentar no sólo los conflictos existentes sino para asumir tareas de desarrollo, es un gran desafío no sólo para aumentar el crecimiento y el empleo, sino también para lograr más integración social y una más sustentable democracia.

Es bueno recordar para algunos espíritus escépticos que sólo confían en políticas macroeconómicas acertadas, que un hombre sabio como es Albert Hirschman, ha planteado algo que debiera merecer toda nuestra atención. Indica que el capital sociocultural es la única forma de capital que no disminuye o se agota con su uso sino que, por el contrario, crece con él. Señala: “El amor o el civismo no son recursos limitados o fijos, como pueden ser otros factores de producción; son recursos cuya disponibilidad lejos de disminuir, aumenta con su empleo” (A. Hirschman, 1984). Pero otro autor previene que también el capital socio-cultural puede verse destruido o reducido. Es un capital vulnerable sin su uso (Moser, 1998).

¿Cómo convivir con la diversidad y construir identidad en un mundo globalizado? era la pregunta formulada al comienzo de este párrafo. Pareciera que la respuesta es asumiendo que la cultura se crea y se desarrolla en una pluralidad de formas y estilos de vida en diversos grupos y comunidades. Es urgente enfrentar una política audaz y coherente reconocerlas y valorarlas ya que las diferentes expresiones culturales pueden convivir y expresarse en el capital social que Chile requiere para hacer más equitativo y eficiente su desarrollo, más fuerte su cohesión social y más vitalizada su convivencia democrática. Este es el camino para un auténtico Desarrollo Humano en Chile.

Desarrollo Humano y Responsabilidad Social: una Ética Secular

Ponencia en Sesión Plenaria de La OTRA Feria organizada por PROhumana
Eugenio Ortega R.
8 de noviembre de 2002

Es de justicia comenzar felicitando a PROhumana por esta iniciativa, cuyo nombre, La Otra Feria me parece tan acertado. Mi responsabilidad en el PNUD es la de coordinar la elaboración de los Informes sobre Desarrollo Humano, cuya cuarta versión entregamos este año. Puedo también contarles que hemos obtenido uno de los cinco premios a los mejores informes a nivel mundial, reconocimiento que otorgó un grupo de expertos, encabezado por Joseph Stiglitz. El galardón premia La Excelencia en la Innovación Conceptual y Metodológica. Nuestro Informe fue el primero entre más de 135 países, dedicado al tema de la cultura.

La relación del PNUD con PROhumana es bastante explícita. El sentido profundo que nos
ha llevado a respaldar a PROhumana en su labor y a compartir también las tareas en el ámbito de la responsabilidad social, se relaciona con uno de los conceptos claves de esta
La OTRA Feria, cuando señalan que “la responsabilidad social empresarial es la contribución al desarrollo humano sostenible, a través del compromiso y confianza con sus empleados y familia, la sociedad en general y la comunidad local, en pos de mejorar su capital social y calidad de vida”.

Etica y Desarrollo Humano
Cuando hablamos de desarrollo humano, antes que nada estamos hablando de un marco
normativo, y por lo tanto, implícitamente, de una ética del desarrollo. Deseo en esta ocasión hacer más explícita, desde la perspectiva de Naciones Unidas, esta ética que se desprende de ese marco normativo que es el desarrollo humano.

¿Qué entendemos por desarrollo humano? En términos simples el concepto de desarrollo humano postula que la persona es el sujeto, el fin, y al mismo tiempo el beneficiario del desarrollo. Esta afirmación (simple y básica en la cultura cristiana) la enunciaron dos personalidades, una de origen musulmán, Mahbub ul Haq y otra de origen indio, Amartya Sen. Ambos economistas. Ellos, ul Haq y Sen, hicieron una segunda afirmación: no podemos seguir con la idea de que el desarrollo es el crecimiento material. El desarrollo tiene un fin, tiene una orientación, tiene un sentido. Esa palabra, “sentido”, muy repetida por PROHumana, alude a que el desarrollo se orienta a que el ser humano sea centro, actor, sujeto y beneficiario de los esfuerzos sociales por expandir la demanda material y
espiritual de las personas.

Ponemos, entonces, primero el acento en que la humanidad requiere de una ética secular
que vincule los derechos humanos y el desarrollo. La Declaración Universal sobre los
primeros nos habla de la centralidad, trascendencia y dignidad de todo ser humano. Tanto
la democracia como el desarrollo deben fundarse en este principio. Nuestro trabajo,
entonces, consiste en poner en acción la noción de desarrollo humano y servir a la
potenciación, al fortalecimiento de las capacidades individuales y sociales. Y eso es un
objetivo absolutamente central si queremos que esta sociedad tenga la capacidad para2
moldear su futuro. Las personas deben poseer el poder necesario para construir su
destino tanto en su barrio, en su población, como en la empresa, en la universidad, en el
liceo, en la escuela, etc. Sin esas capacidades, la calidad de ser sujeto se ve disminuida,
y por ello es que para nosotros es fundamental potenciar las capacidades humanas, tan
diversas, tan ricas que existen en cada hombre o mujer, y que muchas veces se frustran,
se limitan y se impide su verdadera expresión. De allí la importancia de políticas sociales
que habiliten a todos los miembros de una sociedad a poseer conocimientos, salud,
ingresos y otros “derechos sociales”. De allí también que ellos se logren en espacios de
libertad y de respeto a los derechos políticos.

En la perspectiva de esta ética, que está implícita en el concepto de desarrollo humano,
nosotros afirmamos, segundo, el hecho de la multidimensionalidad de lo humano. Es
decir, si queremos potenciar capacidades humanas, lo que debe buscarse es que esas
capacidades no se restrinjan a un solo ámbito. Muchas veces la “hegemonía” de lo
económico hace que veamos al ser humano como un factor de la economía, y no la
economía al servicio del ser humano, dándole espacio a este sujeto que es el actor, es el
centro, es el fin. Las múltiples dimensiones del sujeto suelen ser poco consideradas en la
vida social, y muchas veces tampoco se toman en cuenta en las políticas sociales o en la
vida económica y empresarial. Por ejemplo, se debe fortalecer las capacidades para que
cada cual construya su propia biografía, sus relaciones con otros, es decir, sus afectos,
amistades y su sociabilidad. Las capacidades para desarrollar sus habilidades físicas e
intelectuales. Las capacidades para participar en las actividades económicas y productivas. Las capacidades de construir una familia estable y con las condiciones
materiales para responder a sus necesidades vitales. Esta multidimensionalidad implica
percibir y dar espacio al sentido de trascendencia y a la búsqueda de la felicidad. De allí la
importancia de la responsabilidad social. La responsabilidad social no es solamente el
hecho de que las personas puedan ser mejores trabajadores, más productivos o más
eficientes. Esta es una dimensión instrumental. La responsabilidad social sólo tiene
sentido si se orienta a darle contenido a las múltiples dimensiones de la vida cotidiana de
las personas, familias, barrios o comunas, y en la vida misma de las empresas.
Un tercer aspecto que creemos fundamental es que una ética del desarrollo humano pone
el énfasis, por lo que estoy diciendo, en los fines. Busca ordenar la vida social con ciertos
fines sociales que nacen de la centralidad del ser humano, del hombre y la mujer como
sujetos del desarrollo. Hay muchos aspectos en nuestra vida cotidiana en que las
personas perciben que los fines que se proponen no están articulados como un
proyecto de sociedad. Al carecer de un proyecto las personas no son convocadas a ser
los actores, los que participan en la definición de estos fines y los que ordenan los
medios para la persecución de metas que busquen la potenciación y la
multidimensionalidad de la vida humana.
En cuarto lugar, quisiera destacar que toda esta perspectiva de la responsabilidad social y
del desarrollo humano se juega en la cotidianidad. Deben transformar la práctica social;
no pueden ser sólo mensajes abstractos que no se expresen en acciones, estrategias o
políticas que impregnen el ámbito de influencia y acción de los agentes públicos y
privados. La responsabilidad social y el desarrollo humano deben lograr expresarse en los
desafíos de la realidad de las familias, en las empresas, en el entorno social de éstas, en
la manera de establecer relaciones laborales, en la manera en que los distintos actores
viven y valoran la existencia de los otros. La valoración del otro es una actitud y un
comportamiento indispensable para la propia realización. Así se va creando un tejido
de solidaridad y reciprocidad, de justicia y de dignidad, que enriquece toda la vida social.

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El otro pasa a ser alguien en el cual yo necesito confiar, considerar y, cuando sea
necesario, entregarle apoyo y espacios de participación. Sólo así se logra este sentido de
finalidad y de centralidad de la persona.
Un quinto aspecto que deseo recordar es que la ética del desarrollo humano busca
también poner el énfasis en la subjetividad humana. No se puede pensar en que las
personas son convocadas a ser “sujetos” sin asumir su subjetividad. Esto lo pusimos de
relieve en el Informe de Desarrollo Humano de Chile de 1998, “Las Paradojas de la
Modernización”. En él subrayamos que si bien es positivo que el país se modernice, ese
proceso no puede olvidar la subjetividad individual y social. Cuando una empresa o una
institución quieren modernizarse, el que se considere la opinión, la participación, los
sentimientos, las angustias, las inseguridades, las emociones de las personas es una
condición complementaria a los cambios modernizantes.
El hacerlos parte de cualquier proceso de cambio, transforma a las personas de meros
agentes pasivos en actores de dicho proceso. Esa es la primera responsabilidad social de
cualquier organización humana. Ello hace que la modernización sea realmente una
modernización con un sentido de desarrollo humano, y no una en que la persona sólo es
instrumento del los objetivos que plantean los responsables de las actividades públicas y
privadas. No hay cambios legitimados sin los actores como agentes de dichos cambios.
Deseo subrayar que, en la perspectiva del desarrollo humano, las políticas públicas y los
agentes privados deben servir para la construcción, no sólo de capacidades individuales,
sino de capacidades sociales. Eso implica generar espacios culturales para la creación de
un “nosotros”, para el fortalecimiento de las identidades, para reconocer la diversidad,
pero como parte de una comunidad de intereses y de un destino compartido. En un libro
de PROhumana se lee lo siguiente: “la responsabilidad social significa una apelación al
nosotros, a la colaboración de los humanos y al reencantamiento de las virtudes públicas”.
¡Qué importante es hablar hoy en Chile de “un reencantamiento de las virtudes públicas”!
¡Por Dios que está de moda el tema del reencantamiento de las virtudes públicas! En
otras palabras, compartimos la visión de que la responsabilidad social implica a todos los
agentes, sean públicos y privados, en virtudes cívicas que respeten la ética de la
transparencia y de la probidad. Ello es una condición para crear un clima de confianza en
una comunidad.
Para hablar más en concreto de Chile, diría que estamos viviendo una época en la cual no
hemos situado finalidades trascendentes, en forma explícita, en nuestro proyecto de país,
en nuestra convivencia democrática, en nuestro práctica política, en nuestro proyecto de
desarrollo. Y lo que la gente resiente, y lo hemos comprobado en nuestros Informes, es
esta gran carencia de sentido. Hay una carencia de horizontes compartidos, de una
historia, de un relato que nos muestre nuestras virtudes y nuestros defectos, que motive y
abra perspectivas en la vida personal y en la colectiva. Falta más conversación
ciudadana positiva, acerca de lo que hemos sido y de lo que podemos ser como
país. Se requiere de un clima cultural en el que se den las conversaciones familiares, las
conversaciones en la escuela, en la universidad o en la empresa con un sentido de
transparencia y de verdad, para salir fortalecidos con nuevas visiones para el futuro. No
se trata de uniformarnos, pero sí de lograr que en la diversidad de nuestra vida y en el
más remoto rincón de nuestra patria, las personas, los grupos y las comunidades puedan
sentir y vivir colectivamente lo que el cardenal Silva Henríquez llamó “el alma de Chile”.
Esa es la tarea de la cultura.
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Los ámbitos en que se juega el Desarrollo Humano y la Responsabilidad Social
Así, pues, la ética del desarrollo humano debe plasmarse en cuatro ámbitos específicos.
Uno es el ámbito del yo, el ámbito del ser, de ser sí mismo, de construir uno su propia
biografía y de ser responsable de esa biografía sin afectar a los demás. Nadie discute que
en libertad puede cada cual decidir que es lo que considera como su bienestar. Pero
también existen límites que la sociedad el impone a la acción motivada sólo por el interés
individual. Por ejemplo, cuando hablamos sobre políticas de salud en una perspectiva de
desarrollo humano deben hacerse explícitas las responsabilidades individuales: si se es
un fumador empedernido, y se tiene esa opción de vida, la salud puede estar siendo
destruida, lo que obliga a otros a cargar sobre sus espaldas la irresponsabilidad de
algunos. La responsabilidad social, entonces, atañe, primero que nada, a las conductas
individuales que pueden tener efectos sobre terceros.
El segundo ámbito del desarrollo humano y la ética de la responsabilidad social es
también una ética del otro, de mi relación con los otros. La solidaridad parte con mis
propias conductas. Pero también me importa la suerte de aquellos que por razones
distintas enfrentan situaciones de frustración, de desesperanza, de carencias o de
pobreza. La solidaridad se da en un plano de gratuidad, donde me importa el otro
sin preguntar por qué y sin instrumentalizarlo. Esta es otra de nuestras grandes
carencias históricas. En Chile históricamente nos ha costado valorar a los otros, a los
otros indígenas, a los otros proletarios (como se denominó al mundo obrero), a las otras
mujeres, a los otros que no son de mi religión, de mi clase o de mi nivel educacional.
Muchas veces la responsabilidad social llevada, por ejemplo, al mundo de las empresas
hace que me preocupe del otro, como lo enseñó la sociología de las relaciones
industriales, porque al preocuparme del trabajador ayudará a mejorar la productividad o el
clima interno, o el sentido de pertenencia. Con esta visión no se rompe el sentido
instrumental con el otro. Pero ciertamente esta escuela de las relaciones industriales
puede ser un paso frente a aquel que se desentiende enteramente de los demás y sólo
concibe al trabajador como fuerza de trabajo, a la cual se le retribuye con un salario. Su
suerte no nos compete. Es ésta la lógica instrumental que muchas veces nos domina. De
allí la importancia de la ética de la responsabilidad social y del desarrollo humano.
Hay un tercer ámbito en donde se juega la perspectiva normativa del desarrollo humano.
Se trata de los ámbitos más macrosociales como la comuna, la región, el país. Y, por
supuesto, lo que hoy llamamos el mundo global. Como nunca en la historia de la
humanidad lo que ayer llamamos interdependencia es una realidad de todos los días. Las
nuevas dimensiones y la intensidad de la globalización están afectando la vida cotidiana
de las personas en las comunas, regiones o países. La industria cultural y la televisión, los
flujos financieros y el comercio, el desarrollo productivo y el empleo, las crisis económicas
en los países desarrollados o en países en desarrollo, pueden afectar a muchos seres
humanos. Ética del desarrollo humano y de responsabilidad social en esta perspectiva
significan que lo cotidiano en la familia, en la comuna o en el país está muy influido por
realidades globales o de los centros de poder que tienden a predominar en la economía,
la política, las armas o la industria cultural. En un mundo global la responsabilidad social
ya no se centra únicamente en el mundo país. Es ésta una dimensión que debemos
desarrollar en el futuro. Pero es necesario señalar en forma inmediata que lo local es
cada vez más importante para la vida cotidiana de las personas a medida que aumentan
las relaciones globales. Si abandonamos el ámbito de lo local, regional o nacional por la
inserción global estaríamos perdiendo el sentimiento de pertenencia primero que rodea a
todos los seres humanos desde la familia.
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Para intentar darle un marco ético a la globalización se ha dado un primer paso, un tanto
desconocido en Chile. En un congreso ecuménico, esto es, de todas las religiones del
mundo, que se llevó a cabo en Chicago hace algunos años, se logró consensuar un
primer código ético para un mundo global. Necesitamos no sólo una economía global,
necesitamos también una sociedad y una ética globales. En el tema de derechos
humanos hemos ido creciendo, se ha ido construyendo una ética de los derechos
humanos a nivel global, y por eso tenemos el Tribunal Penal Internacional. Es necesario
avanzar cada día más hacia una sociedad global capaz de moldear esta globalización
en función de fines, de las orientaciones del sujeto, que logre poco a poco equilibrar el
carácter centralista y fuertemente hegemónico de un poder económico y militar que se
impone sobre el resto de los países de la Tierra. La situación actual es de un desequilibrio
de poder brutal. Como nunca es necesario pensar en una ética de la globalización, y al
mismo tiempo pensar que es nuestra responsabilidad insertarnos en la globalización
respaldando los esfuerzos multilaterales de los estados y de las sociedades nacionales
para darle “governnace” a la concentración del poder. Como nunca el gran tema del
futuro es como compartir y como controlar el poder en el mundo global. El
desarrollo humano debe ser capaz de articular un pensamiento sobre este tema central de
la humanidad en este siglo.
El cuarto ámbito se refiere a la necesidad de una ética en nuestra relación con la
naturaleza. La crisis ambiental es una crisis global. La humanidad entera sufre las
consecuencias de políticas irresponsables que afectan a bienes comunes de la
humanidad, que nos exigen comportamientos en pro de un desarrollo humano sostenible,
tanto en el uso de los recursos para el bienestar del presente como para que también lo
tengan las futuras generaciones. Hay países que no han firmado, por ejemplo, el
protocolo de Kioto con lo cual se desconoce lo que se ha venido construyendo como una
ética de la responsabilidad eco-social mundial.
Lo que hemos tratado de realizar en el PNUD, es tratar de contrastar este marco
normativo del desarrollo humano con lo que podemos captar empíricamente de lo que
pasa en la realidad nacional. Esto implica hacer investigación social. Sólo así se puede
responder a la pregunta de si lo que está orientando el proceso de desarrollo de nuestro
país es este horizonte de un desarrollo integral de los chilenos siendo ellos sujetos y
beneficiarios del mismo. Al respecto hemos hecho algunos hallazgos que me gustaría
sintetizar aquí.
Principales mensajes de los Informes sobre Desarrollo Humano en Chile
En el primer informe publicado en 1996, dijimos que no hay equidad espacial en el
desarrollo chileno, esto es, no sólo no hay equidad desde el punto de vista distributivo, de
los ingresos, sino que no hay equidad espacial; y lo probamos, lo demostramos. Lo
medimos con los Índices de Desarrollo Humano por regiones y comunas de Chile. Vimos
que había comunas que tenían el nivel de Canadá, como las comunas del barrio alto de
Santiago, y comunas al nivel de los países pobres del África. Entonces planteamos como
desafío la necesidad urgente de lo que llamamos “un pacto Nación-Regiones”.
En el segundo Informe, “Las Paradojas de la Modernización”, pudimos afirmar que en la
cotidianeidad se estaba gestando un malestar que, aunque difuso y en muchos casos
difícil de aprehender, ya era palpable. Lo escribimos en 1997, en pleno crecimiento
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económico, cuando algunos llegaron a hablar del nuevo “jaguar” emergente. Pero en la
vida cotidiana anidaba un malestar que para algunos se transformaba en miedos y
temores sobre su vida y su futuro. Por eso estudiamos el tema de la “seguridad humana”
y encontramos que el sentimiento de desprotección en la vida personal y familiar, podía
estar provocando dicho malestar. Encontramos también que las personas no lograban
comprender por qué los discursos y reconocimientos externos sobre nuestros éxitos
económicos no se trasladaban a las experiencias cotidianas. En ese malestar coexistía
tanto un miedo al otro -fuera el vecino o un desconocido-; como el miedo a verse
marginado y el miedo a no controlar el futuro de la vida personal o familiar. El temor
llevaba a la retracción de la vida social por falta de confianza y de reciprocidad. Es decir,
comprendimos que en la base social existía una realidad que estaba impidiendo la
constitución de sujetos, la integración, la participación, y fue por eso que planteamos la
necesidad de un “nuevo pacto social” para el Chile de hoy, en proceso de modernización
económica. Este nuevo “pacto” debía considerar las exigencias de la expansión y
competitividad de la economía y, al mismo tiempo, una consideración a que los
trabajadores y sus familias requerían grados de protección social. Como lo señalara
después un premio Nobel de Economía, las transformaciones económicas liberales
requieren no descuidar políticas innovadoras en el plano de la protección social. Ello
implica un nuevo “pacto social para la globalización”.
Lo anterior nos llevó al tercer Informe. En él hablamos del capital social y de la
ciudadanía, de su importancia en la reconstitución de un tejido social en Chile. Mostramos
que el capital social y el poder de los ciudadanos están desigualmente distribuidos, lo que
quizás explica los bajos niveles de confianza. Lo hemos medido ya en dos informes.
Alrededor de un 74% de los chilenos no tiene confianza en el vecino o en el otro anónimo,
lo que quiere decir que estamos perdiendo un capital social enorme. Otro gran
economista, Albert Hirschman, que es al mismo tiempo un gran humanista, dijo que la
confianza o el amor o la gratuidad, son un capital que puede crecer infinitamente en las
relaciones sociales, pero si no se usa se desgasta también en forma muy acelerada con
efectos graves para los países, para el desarrollo y para la integración de las naciones. En
este Informe propusimos una rectificación en la forma de relacionar y vincular a la
sociedad organizada con las políticas públicas y con los agentes económicos. No tomar
en cuenta el capital social que aún existe en nuestro país desprestigia no sólo la política y
la democracia; también disminuye la legitimidad y la potencialidad del desarrollo. Por eso,
en ese Informe 2000 sugerimos que Chile debía proponerse prioritariamente “más
sociedad para gobernar el futuro”.
En el último Informe 2002 nos preguntamos desde la perspectiva de la cultura si había un
“nosotros, los chilenos” que fuera lo suficientemente denso para emprender tareas
comunes, un proyecto de país. Es decir un proyecto que incluyera una sociedad
fortalecida, capaz de sacar adelante un pacto social y un pacto Nación-Regiones.
Encontramos que en Chile se da una fuerte diversidad social, que es poco conocida y
poco reconocida, pero se trata de una diversidad que llamamos “disociada”, y no una
“diversidad creativa” que fortaleciera nuestra vida en común para dar un salto al futuro con
todos los chilenos como actores. Por ello propusimos que la preparación del
“Bicentenario” constituyera un gran proceso cultural, en el que participe desde la escuela
más escondida hasta los más grandes conglomerados urbanos o económicos, para
asumir el mandato central de nuestra “independencia”, el hecho que todos somos parte de
una sociedad que posee un hermoso territorio, una hermosa historia y un destino
compartido. La Independencia fue el momento en que todos los chilenos de ayer, de hoy y
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de mañana fuimos convocados a ser sujetos libres, capaces de moldear juntos nuestro
destino.
Algunos han sugerido que tenemos una visión crítica de Chile. Personalmente creo
indispensable en una sociedad que se dé espacio al pensamiento crítico acerca de lo que
pasa. Es lo que nosotros tratamos de hacer, con una base empírica sólida y al mismo
tiempo considerando la cotidianidad de las personas. Desde allí hemos pretendido mirar
Chile y proponer nuevas visiones que no son necesariamente las que nos intenta
proponer “el pensamiento único” sobre ideologizado. Hemos señalado una y otra vez que
en Chile se ha olvidado la “conversación ciudadana”. Hemos señalado los aspectos
positivos y también lo que falta para un desarrollo humano en nuestro país con el objeto
de provocar este diálogo en relación con nuestro futuro. Al plantear esta ética del
desarrollo humano, de alguna manera Naciones Unidas está haciendo, en todos los
países un esfuerzo por objetivar los desafíos que la humanidad debe plantearse para que
en todos los rincones del planeta los derechos del hombre y la mujer de hoy y de mañana
sean reconocidos y se transformen en realidades sociales reconocibles en su vida
cotidiana.
Santiago, noviembre 2002