Coordinación de ética de las profesiones

Coordinación de éticas profesionales

La coordinación de ética de las profesiones, surge como respuesta a la demanda de los cursos de ética profesional que imparte el Departamento de Teología de la Sede de Coquimbo.
Es una instancia académica que permite potenciar el trabajo de los profesores que imparten dichas asignaturas.
Como también busca potenciar la formación ético moral declarada en el proyecto educativo de nuestra universidad.

Frentes de acción periodo 2008-2010:


1.- GESTIÓN


ACCIONES:
Coordinación con los jefes de carreras sobre los contenidos y metodologías de las éticas profesionales.
Contacto con otras unidades académicas que imparten ética profesional en la sede; Medicina, Escuela de Derecho.
Establecer red de apoyo con dichas unidades.
Recensión de programas de ética profesional de otras universidades.
Red de contacto con centros de ética.
Contacto y relación con instancias de servicios en el ámbito de la ética en la Universidad y en la Sede Coquimbo (Comité de Bioética).


2.- DOCENCIA:

ACCIONES:


Mejoramiento de las tics para las clases por medio de la creación de una pagina web institucional
Mejoramiento de bibliografía sobre temas de ética profesional.
Consolidación de equipo interdisciplinario.
Coordinación con los profesores de la asignatura
Incorporar metodologías interactivas: actividades en terreno, visita de profesionales, presencia de Colegios Profesionales (Asociaciones Gremiales), foros, talleres, etc

3.- ELABORACIONES (extra de la coordinación)

Trabajo en los programas de asignatura.
Formulación de programas en base a competencias.
Formulación de programas conforme al proyecto educativo UCN, los perfiles de egreso de las carreras…
Recensión de programas ética profesional de toda la UCN
Hacer investigación sobre ética de las profesiones.
Participar en proyectos relacionados con la temática.
Crear espacios que permitan hacer conciencia de la transversalidad de la formación ética de los futuros profesionales, involucrando a los jefes de carrera y académico de las demás disciplinas

miércoles, 7 de mayo de 2008

CURSO DE ÉTICA PROFESIONAL PARA UNIVERSITARIOS

R.P. Dr. Miguel Ángel Fuentes, I.V.E.
Curso dado a estudiantes universitarios en San Rafael 22-30 de enero de 2005.

I. INTRODUCCIÓN
'No es por la forma en que un hombre habla de Dios, sino por la forma en que habla de las cosas terrenas, como se puede discernir mejor si su alma ha permanecido en el fuego del amor a Dios. Ahí no es posible ningún engaño. Hay falsas imitaciones del amor a Dios, pero no de la transformación que él realiza en el alma, porque la persona no puede tener ninguna idea de esta transformación más que si ella misma pasa por ella [...] Según la concepción de la vida humana expresada en los actos y las palabras de un hombre, sé (quiero decir que sabría, si tuviera discernimiento para ello) si ve esta vida desde un punto de vista situado en este mundo o desde lo alto del cielo. Por el contrario, cuando habla de Dios, no puedo discernir (aunque a veces sí puedo) si habla desde dentro o desde fuera [...] El valor de una forma de vida religiosa o, más generalmente, de una forma de vida espiritual, se aprecia por la intensidad de la luz proyectada sobre las cosas de este mundo [...] Las cosas carnales son el criterio de las cosas espirituales. Esto es lo que generalmente no queremos reconocer, porque tenemos miedo a un criterio. La virtud de una cosa cualquiera se manifiesta fuera de ella'
(Simone Weil, 'Escritos esenciales', Sal Terrae, Santander 2000, pp. 132-134).
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Este texto me parece muy luminoso. Fue escrito por Simone Weil, una mujer muy especial (nació en París, 1909; murió a los 34 años en Inglaterra en 1943). Era judía, izquierdista a su manera, muy preocupada por los problemas sociales, muy patriota aunque a veces luchó por causas equivocadas, brillante intelectualmente, estuvo en contacto con grandes personalidades de su época tanto de la política como de la filosofía, de izquierda y católicos, fue acercándose a la Iglesia católica de modo tempestuoso; gran amiga de algunos sacerdotes, luchadora tenaz por los derechos humanos, de conducta personal intachable (la llamaban 'la virgen roja', por su moral y por sus ideas socialistas), tiene pensamientos profundísimos en muchas cosas, al parecer no quiso entrar durante su vida a la Iglesia, pero en 1988, su mejor amiga reveló que en el lecho de muerte ella le pidió que la bautizara y así lo hizo (incluso le había dado instrucciones para que la bautizara si entraba en estado de coma en su enfermedad). Su amiga guardó silencio sobre el tema por respeto a su familia judía. Admirada, y con razón, por muchos pensadores católicos, como Gustave Thibon, para quien trabajó. Una mujer extraordinaria porque representa la búsqueda de Dios en bruto, desde la nada; se hizo sola y tuvo, al parecer una experiencia mística de Cristo, comprendiéndolo a través de su sufrimiento. Así y todo no todos sus pensamientos son plenamente católicos, pues son de diversas etapas; para leerla hay que saber discernir. Castellani dijo de ella que fue 'una mística en estado salvaje'; definición que le cuadra muy bien.
El texto que he citado, cuando lo leí por vez primera, anote a su lado: 'vale más que mil sermones'. Estoy seguro. El texto vale un curso entero.
'No es por la forma en que un hombre habla de Dios, sino por la forma en que habla de las cosas terrenas, como se puede discernir mejor si su alma ha permanecido en el fuego del amor a Dios'.
Este es el centro de la cuestión de nuestro tiempo. Los dramas de la Iglesia, o por los que atraviesa la Iglesia pasan por la incomprensión de esta inmensa verdad. 'Hay falsas imitaciones del amor a Dios, pero no de la transformación que él realiza en el alma, porque la persona no puede tener ninguna idea de esta transformación más que si ella misma pasa por ella'. Los falsos místicos, los que se creen católicos o hacen creer a otros que lo son, imitan, representan una obra. Pero eso no es necesariamente el espejo verdadero de su fe. Jesús dijo 'el que me ama guardará mis mandamientos'. San Juan en su primera carta repite de diversas maneras estas palabras: 'Quien dice: «Yo le conozco» y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él' (1Jn 2,4-6).
La ciencia de Dios, o las palabras de Dios o sobre Dios, pueden ser lecciones aprendidas en los libros, escuchadas en sermones, pueden ser engaños del corazón que vive de veleidades. Como el joven rico, que debía ser probablemente un joven ensoñador. Pero se puede conocer mucho de estas cosas y no ser un cristiano auténtico, cabal . Hoy tenemos muchos de estos. No son malos, como el joven rico no era malo (¡y Cristo lo miró y lo amó!). Pero no pudo. No pudo seguir a Cristo porque le fallaba el juicio y la mirada sobre las cosas terrenas no era la de Cristo. No tenía la mirada libre. Las consideraba demasiado valiosas, tanto como para pensar que no era capaz de dejarlas para seguir a Cristo. Esta es una mirada esclava. No todos tenemos que dejar todo para seguir a Cristo; el religioso debe despojarse de todo; el laico debe transformar las cosas para Cristo. Pero tanto uno como el otro, deben estar dispuestos a dejar todo si fuera la única opción de ser fieles a Cristo. El joven rico no se creía capaz de eso, y por eso siendo bueno vivía un engaño. O se engañaba pensando en amar mucho a Cristo, o se engañaba en darle demasiada importancia al mundo.
En todo caso, era un muchacho esclavo.
Uno puede 'imitar el amor a Dios' y engañarse y engañar (con buena o mala intención). Si su amor sólo se manifiesta en palabras, en cantos, en afectos. Tal vez sea sincero y verdadero; pero no basta esto para saber si es auténtico. Este criterio no es suficiente. Y hoy estamos rodeados de católicos que creen ser tales pero no lo son. Sólo son católicos al 20% que es el porcentaje que ocupa en nuestra vida exclusivamente la visión o la idea que tenemos de Dios. El otro 80% consiste en la visión que el amor a Dios vuelca sobre el mundo. Estos son los criterios de la fe. Y estos son infalsificables. Se derivan de Dios pero terminan en un terreno que es todo lucha, todo batalla, todo heroísmo. Algunos son católicos sólo en ese 20%, pero ese 20% es el 'picnic' de la fe; la parte fácil.
El fin de este curso es que ustedes tomen conciencia de la importancia que tiene el llevar esa visión divina a las cosas terrenas. Ustedes son estudiantes, futuros profesionales. Tienen una vocación específica que es juzgar, penetrar de luz, iluminar las cosas (según las diversas ramas del saber que están estudiando) con los ojos de Dios. Como las ve Dios y divinizarlas y cristianizarlas.
Esto no es fácil en el mundo de hoy. Porque el mundo de hoy es una mentira. Jesús rezó al Padre celestial por nosotros en la Última Cena: No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno (Jn 17,15). San Juan dijo que el mundo entero yace en poder del Maligno (1Jn 5,19).
Los cristianos que viven ese 20% de fe, engañados (por ese pequeño porcentaje de fe) de que tienen la mirada puesta en Dios (tibiamente, por otra parte), son incapaces de iluminar desde la fe las cosas terrenas, ¡y no se dan cuenta de ello! No saben en qué lucha están metidos, ni se dan cuenta de cuánto terreno pierden día a día. Creen amar a Dios, pero sólo son afectiva y superficialmente simpatizantes de Dios. Dios nos pide a nosotros -a ustedes- algo más; mucho más. Les pide que miren con los ojos de Dios el mundo, como lo mira Jesucristo. Que juzguen con los criterios que les da el Evangelio. Que no se queden en las nubes mientras el Maligno avanza sin que nadie le ponga resistencia.
¿Cuántos católicos hay en nuestro país? La mayoría dice serlo. ¿Por qué nuestro país no es un país católico, entonces? No nos engañemos. Hace medio siglo el P. Alberto Hurtado escribió un libro que causó escozor a muchos de sus compatriotas, titulado '¿Es Chile un país católico?'. Y el P. Hurtado metía, con esa pregunta, el dedo en muchas llagas. ¿Es Argentina un país católico? Pienso que es un país con muchos católicos, y hasta cierto punto también un país con ciertas reservas católicas y en el que persisten, enterradas en los mejores, fibras espirituales católicas -de esas capaces de levantarse en un momento de crisis o catástrofe. Pero no es un país católico en el sentido cabal del término: porque no son católicas sus instituciones, no lo es su política, no lo es su economía, no lo son sus universidades ni sus profesores, porque no lo son los medios de comunicación, porque no se educa católicamente en las escuelas, ni públicas ni privadas, porque no son católicos sus sistemas de salud, etc. Entiendo por 'ser católico' aquello que se guía por los criterios del evangelio. Y en esto estamos muy lejos. ¿Quien tiene la culpa? Los que nos llamamos católicos pero sólo somos católicos de imitación (como los productos de imitación fabricados sin calidad y vendidos por monedas, que sólo se parecen a los originales por fuera, pero dejan de servir a los pocos días).
Hoy hay muchos profesionales que creen ser católicos, pero transan con la mentira, con el poder, venden su profesión y su honra, comercian con la sangre ajena. Algunos dicen que 'entran en el sistema'. Nunca olviden qué significa 'el sistema'; es lo que san Juan llamaba 'el poder del Maligno'.
Se puede hacer mucho en este campo. A esto quisiera invitarlos con este sencillo curso. ¿Cómo podemos hacer esto? El programa es el que he enunciado más arriba: hablar de las cosas terrenas como quien ha sido transformado por Dios. Iluminar con el Evangelio el pequeño mundo que toca a cada uno de ustedes; juzgar con criterios de fe todas las cosas, defender el valor inviolable de la conciencia cristiana y vivir los mandamientos divinos en el campo que les toque
Si alguno me dice, ¿pero esto qué tiene que ver con la 'ética profesional'? Esto es ética profesional. Lo demás es aprender leyes, y la ley sin espíritu es algo muerto.
CURSO DE ÉTICA PROFESIONAL PARA UNIVERSITARIOS
R.P. Dr. Miguel Ángel Fuentes, I.V.E.
Curso dado a estudiantes universitarios en San Rafael 22-30 de enero de 2005.
II. LA IMPORTANCIA DE UNA VERDADERA Y PROFUNDA FORMACIÓN
'(...) Estudiaba yo entonces (...) los libros de la elocuencia, en la que deseaba sobresalir con el fin condenable y vano de satisfacer la vanidad humana. Más siguiendo el orden usado en la enseñanza de tales estudios, llegué a un libro de un cierto Cicerón, cuyo lenguaje casi todos admiran, aunque no así su fondo. Este libro contiene una exhortación suya a la filosofía (...) Semejante libro cambio mis afectos (...) De repente apareció a mis ojos vil toda esperanza vana, y con increíble ardor de mi corazón suspiraba por la inmortalidad de la sabiduría, y comencé a levantarme para volver a ti (...)
¡Cómo ardía, Dios mío, cómo ardía en deseos de remontar el vuelo de las cosas terrenas hacia ti, sin que yo supiera lo que entonces tú obrabas en mí! Porque en ti está la sabiduría . Y el amor a la sabiduría tiene un nombre en griego, que se dice filosofía , al cual me encendían aquellas páginas. No han faltado quienes han engañado sirviéndose de la filosofía, coloreando y encubriendo sus errores con nombre tan grande, tan dulce y honesto (...)
Mas entonces (...) sólo me deleitaba en aquella exhortación el que me excitaba, encendía e inflamaba con su palabra a amar, buscar, lograr, retener y abrazar fuertemente no esta o aquella escuela, sino la Sabiduría misma, estuviese dondequiera'
(San Agustín, Confesiones, III, 4, 7-8).
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Este texto tomado del libro de las Confesiones de San Agustín, nos relata el encuentro de este joven de 19 años con el primer libro serio de su vida. Un libro escrito por Cicerón, el Hortensio , hoy perdido. Pero que, a pesar de tener Aurelio Agustín una gran confusión en su cabeza (de hecho paseó todavía casi 15 años por el pecado y el error), de estar cursando una carrera (la retórica) más preocupada por el estilo que por la verdad, y ser este un libro escrito por un pagano, levantó su corazón al amor del conocimiento por las cosas más altas, a la búsqueda, como él señala, de la sabiduría.
Uno de los problemas más grandes que enfrentamos en nuestro tiempo -y que venimos acarreando desde el pasado siglo- es la pérdida de la formación integral. Hoy en día en los lugares donde verdaderamente se enseña y se estudia (que no son muchos) lamentablemente se imparte una formación parcial, lo cual es un equívoco pues no es propiamente formación; a lo más es instrucción. Formación viene de formar, dar forma, pero la forma se da al todo, no sólo a una parte. Un escultor que tiene que hacer la estatua de un caballo, pero sólo modela bien la cola y deja el resto convertido en un bruto pedazo de mármol difícilmente conseguirá que alguien le crea que ha esculpido un caballo (imaginen un gran bloque de piedra en uno de cuyos lados cuelgue una cola, ¿por qué tendría que ser eso un caballo?). Este es el resultado del actual sistema educativo superior que enseña sólo 'especializaciones'. Tenemos técnicos en computación, técnicos en diseño, nefrólogos, urólogos, penalistas, etc. Incluso en aquellas carreras que presentan una visión más completa de su objeto (medicina clínica, derecho, etc.) siguen faltando elementos claves que dé una visión de conjunto. Lo que no tenemos son sabios. Así, por ejemplo, los que estudian carreras relacionadas con las ciencias exactas o con las biológicas difícilmente entenderían por qué necesitan, incluso para su propia profesión, una formación humanista y filosófica (e incluso claras nociones de teología). Antiguamente todo esto se consideraba necesario, y estaban en lo cierto.
Se repite en nuestro tiempo, a nivel universal, lo que cuenta Platón en el Teetetos que 'una aguda y graciosa esclava tracia se burló de Tales (de Mileto, filósofo), porque, mientras observaba las estrellas y miraba hacia arriba se cayó en un pozo; ávido por observar las cosas del cielo, le pasaban inadvertidas las que estaban detrás de él y delante de sus pies' [1] . Digamos que la esclava tenía cierta razón para reírse; Platón critica en realidad la actitud de la que esta esclava es símbolo: los que se burlan de quienes están preocupados por las cosas espirituales, por la realidad oculta tras las apariencias, por las esencias de las cosas, y consideran esto algo inútil. Esta esclava representan a los que dividen las ciencias en útiles e inútiles. Los estudios inútiles serían los estudios de las humanidades [2] . Es cierto que hay conocimientos que no se ordenan a producir o fabricar cosas; su fin es la 'teoría' en el sentido griego de la palabra: contemplación. Aristóteles decía de la filosofía que 'no la buscamos por ninguna utilidad, sino que, así como llamamos libre al que es para sí mismo y no para otro, así consideramos a ésta como la única ciencia libre, pues ésta sola es para sí misma' [3] . Hay que entender bien estas palabras, pues pueden prestarse a cierto equívoco: la filosofía no reporta ninguna utilidad material inmediata, pero es en el fondo la más útil de las ciencias si entendemos utilidad en la acepción de provechosa .
Debemos confiar más en un médico que además de sus manuales busque un poco de sabiduría en Platón, en el Quijote, en Fray Luis de León o en San Agustín, que en otro que conozca todos los secretos del riñón o de la depresión pero ignore los secretos del alma del hombre que no se los pueden dar sus estudios puramente positivos.
La filosofía bien estudiada y conocida (es decir, el conocer el por qué último de las cosas) no sólo es, como ha dicho Chesterton, la única cosa verdaderamente entusiasmante en este mundo, sino algo necesario. ¿Necesario para todos? Para todos los profesionales sí; de una forma u otra tienen que pensar filosóficamente (lo que no es lo mismo que 'ser filósofos'), incluso aquellos cuyo oficio los lleva al estudio de cosas más prácticas. L a historia documenta, por ejemplo, que siempre el médico ha debido filosofar sobre su pro¬pia ciencia y por eso desde los tiempos clásicos se ha reconocido una estrecha relación entre la medicina y la reflexión filosófica [4] . Aristóteles, aun distinguiendo campos, establecía una profunda continuidad entre una y otra disciplina. Galeno (c. 130 d.C.) acusaba a los médicos de su tiempo de ser ignorantes, corruptos y absurdamente divididos en escuelas; y les exigía que fueran filósofos, por exigencias 'internas' a la misma ciencia médica. A él se atribuye la expresión: 'el mejor médico es también filósofo'. En el temprano medioevo sobresale el testimonio de Cassiodoro (en torno al año 500) quien concedía a la medicina un honor singular por su ordenación a socorrer las miserias humanas, pero por esa misma razón sostenía que el médico necesita una formación seria y cuidada, es decir, nutrida de todo aquello que en ese entonces se retenía como serio y cuidado, o sea, el estudio de los clásicos. Un siglo más tarde, San Isidoro de Sevilla en sus Etimologías exigía del médico el conocimiento de todas las artes liberales, y llamaba a la medicina 'segunda filosofía'. La filosofía árabe medieval también reconocía una legitima autonomía a la medicina, pero señalaba una estrecha relación con la filosofía, la cual encuadra a la medicina en un horizonte más amplio desde el punto de vista cosmológico y teológico. En el Alto Medioevo (s. XIII) los estudios universitarios exigían para quien quisiera estudiar medicina los estudios previos de la filosofía. Así, por ejemplo, Federico II, en las Constituciones del Reino de Sicilia, escribía: 'Puesto que no se puede afrontar el estudio de la medicina si primero no se tiene el dominio de la lógica, establecemos que ninguno emprenda los estudios médicos si precedentemente no ha estudiado por al menos un trienio la ciencia de la lógica. La misma concepción se encuentra entre los grandes teólogos medievales como Alberto Magno y Tomás de Aquino. Esta tradición se mantuvo prácticamente invariable hasta la irrupción del positivismo que escindió el saber médico del saber filosófico y, consecuentemente, de la ética. A pesar de la concepción moderna que separa ambos saberes, la visión clásica se impone por sí sola, pues, co¬mo afirma G. Thibon, el técnico de la medicina no puede saber qué tiene el enfermo mientras no sepa qué es el enfermo.
Esto podemos aplicarlo a todas las demás profesiones, puesto que son profesiones que tratan del hombre o de las cosas del hombre.
Creo que a nadie se le escapa la importancia que tiene la buena formación. Tal vez no muchos se den cuenta de la importancia que tiene el estudio de la filosofía y de la teología en una buena formación. Y sin embargo, son ciencias fundamentales: sin ellas no hay buena formación.
La filosofía es la ciencia que nos hace conocer la esencia de las cosas y las cosas por sus causas y nos pone en contacto con la realidad. Cuando alguien no tiene un pensamiento filosófico, se limita a ver, describir y clasificar las cosas, pero no sabe qué son, ni por qué son, ni para qué son esas cosas. Es un superficial.
En todas las carreras deberían estudiarse los fundamentos filosóficos y tendrían que darse nociones de teología. De lo contrario formamos monstruos no intelectuales ni científicos. Una persona que sabe cómo curar una llaga o como trasplantar un riñón pero no sabe qué es el hombre o, peor aún, tiene una idea equivocada de él, ¿qué puede hacer verdaderamente por el hombre? Algo, pero siempre poco. ¿Qué puede hacer un médico, un psiquiatra o un psicólogo que no entiendan lo que es el dolor como problema, que no puedan responder al drama del mal, que no comprendan lo que es 'el hombre paciente'? Si un ingeniero o un arquitecto no tienen un concepto adecuado de lo que es el hombre, de su dignidad, de lo que significa la familia humana ni de lo que es la educación humana, ¿cómo pueden construir un 'hogar'? Puede hacer construcciones que tengan paredes y techos, habitaciones y baños, pero no un 'hogar', un núcleo para que viva y se desarrolle una familia; esto implica conceptos filosóficos. El ejemplo más patente son las 'colmenas' inhumanas que en muchas partes llaman 'viviendas de departamentos'.
Es decir: cuando falta la capacidad de reflexionar sobre la realidad a la luz de sus últimas y más profundas causas no tenemos médicos sino 'recetadores', no tenemos 'ingenieros' sino grandulones que juegan a poner ladrillos formando cosas.
Los problemas fundamentales del hombre (de nosotros como hombres y de los hombres para los que trabajamos como profesionales) no se agotan en las cosas materiales que nos piden (salud, balances, diseños) sino en horizontes que nuestras especializaciones no nos pueden dar. Hoy en día todo está encarado para convertir a las profesiones en canteras de abundancia: la medicina buscar procurar abundancia de salud para sus pacientes y que vivan muchos años (está muy bien, por otra parte), la economía a producir abundancia de dinero y bienes, la política abundancia de posibilidades en la sociedad (la buena política; de la cual hay poco y nada), la técnica abundancia de posibilidades tecnológicas: televisores de plasma, teatros hogareños, computadoras que hacen de todo, robots, programas, etc. (los japoneses, desde hace un par de años, no apuntan a fabricar cosas nuevas sino cosas más chicas porque se han dado cuenta que sus clientes no compran ningún aparato nuevo... porque ya no tienen lugar para ponerlo en sus casas), etc. El único problema es el que se planteó el escritor David Riesman al titular uno de sus libros Abundance for What? '¿Abundancia para qué?'. Ninguna de estas ciencias puede enseñarme o responderme el para qué quiero todo esto, y si intenta responder su respuesta será renga, a menos que responda apelando a otra ciencia diversa de sí misma: esa ciencia 'inútil' que da las únicas respuestas que el hombre necesita.
Los modernos programas de la mayoría de carreras terciarias desprecian o ignoran olímpicamente toda noción de filosofía, o al menos de buena filosofía. Muchos se preguntarían asombrados: ¿y para qué quiero saber filosofía o teología yo si no soy ni filósofo ni menos teólogo? ¿Cómo que no somos teólogos ni filósofos? ¿Acaso no somos seres humanos? Y al ser tales, ¿no tenemos una inquietud innata por conocer la verdad total, universal, que trasciende las pequeñas verdades que nos transmiten en nuestros estudios?
Siendo hombres y mujeres ¿acaso no queremos saber qué es eso que decimos al decir que 'somos hombres y mujeres'? ¿Acaso no queremos saber por qué sufrimos, por qué morimos, o por qué existe lo que existe? ¿Por qué hay ser en vez de nada? La química nos habla de leyes genéticas que son asombrosas pero la química no puede explicar porque existe la vida; la astrofísica nos habla de astros, distancias y estructuras cuyas cifras ni siquiera caben en un pizarrón; pero no nos dice por qué existe algo en vez de nada. Y tarde o temprano, si usamos nuestra cabeza, querremos saber la respuesta a esta pregunta. Llegará un momento en que dejará de interesarnos a qué velocidad se expande o se comprime el universo y querremos saber por qué hay un universo. Las ciencias sólo nos dan datos para que cada vez nos hagamos más preguntas. No menos.
Aristóteles comienza el primer capítulo de la Metafísica con aquella frase que tantos repiten: 'Todos los hombres aspiran por naturaleza a saber'. Y Santo Tomás comenta esto diciendo que se explica por tres razones. La primera, que todas las cosas desean de modo natural su propia perfección, y como nosotros somos hombres por ser inteligentes (por tener razón) nuestra perfección está en el saber ya que la inteligencia se perfecciona conociendo. La segunda que todas las cosas tienen inclinación natural a realizar la operación que le es más propia; siendo nosotros principalmente inteligentes (en esto nos distinguimos de los demás animales) y siendo la operación de la inteligencia el conocer, estamos naturalmente inclinados a saber, a conocer. La tercera es que a cada cosa le es sumamente deseable unirse a su principio, y en esto consiste su perfección, y nuestro principio es la Inteligencia divina y su verdad, por eso tendemos a unirnos a Él conociéndolo y conociendo todas las cosas y sus esencias. Santo Tomás es muy realista y por eso añade enseguida que si bien todos los hombres tienen este deseo, no todos lo ponen en práctica porque muchos se frenan en las cosas que tienen más cerca, como en los placeres o en las riquezas, pero esto equivale a la atrofia en el crecimiento de un ser destinado a algo más alto. Todos nosotros tenemos potencias vegetativas que tienden a desarrollarse completamente y ordinariamente hacen que vayamos creciendo física, psicológica y espiritualmente. En algunas personas, por razón de algún problema genético o alguna enfermedad en la primera infancia, esta potencia se atrofia y no se desarrollan físicamente produciendo el fenómeno del enanismo. Sabemos que eso no es lo normal y por eso luchamos médicamente para prevenirlo y corregirlo. En el plano intelectual también se da el problema del enanismo, mucho más triste que en la realidad física. Son los que han quedado semi-desarrollados intelectualmente en su deseo de saber.
Esto es indiscutible. Si la tendencia a saber, (saber significa conocer la realidad por sus causas, y especialmente sus causas últimas, no quiere decir conocer algunas cosas) es parte de nuestra naturaleza humana; entonces el no desarrollarla significa dejar sin desarrollo nuestra humanidad en lo que tiene de más propio.
En relación con esto, Aristóteles al comienzo de su Ética a Nicómaco divide a los hombres en tres clases de vidas , o lo que vendría a ser lo mismo, tres clases de hombres según las diferentes concepciones sobre la felicidad (cf. el Comentario de Santo Tomás en In Eth. n. 58-59). Su idea también nos sirve para calificar a los profesionales y a los que aspiran a una profesión.
El motivo es que cada uno considera 'vida suya' a aquello a lo que está más aficionado (para el filosofo 'su vida' es el filosofar, para el cazador será el cazar). Y como aquello a que más se aficiona uno es lo coloca como fin último, por lo tanto, las vidas se diversifican según la diversidad del fin último . El fin último produce una unificación de nuestras vidas; él rige todas nuestras operaciones y da como un colorido único a todo nuestro obrar y vivir. El fin último domina el afecto del hombre y le da las reglas de su vida.
De este modo distingue tres géneros de vida: (a) La vida voluptuosa que es la de aquel que coloca el fin en el placer deleitable o voluptuoso. (b) La vida civil o activa, que coloca el fin en el bien de la razón práctica (es decir en las virtudes, en el honor, en la vida pública, en la acción social, etc.) (c) La vida contemplativa que coloca su fin en el bien de la razón especulativa, es decir en la contemplación de la verdad . Respecto a los que ponían su fin en las riquezas (el dinero) Aristóteles consideraba que siendo ésta una de las 'opiniones menos racionales', no valía la pena perder el tiempo considerándola; nosotros que vemos a este tipo de personas por todas partes, necesitamos no dejar de echarle el ojo, por eso lo mencionaremos llamándolo 'vida económica'.
Empecemos con este último, el hombre economista y el profesional economista . Es el utilitarista o consumista, el que ha sucumbido a la tentación de poner como objetivo de su vida el capital, el dinero, el crecimiento de su cuenta de banco o de su poder de producir cada vez más plata. Le decimos 'hombre economista' condescendiendo más que Aristóteles; él ni siquiera lo llama 'hombre', porque este comportamiento es irracional. Las riquezas no pueden ser un fin en sí mismas, sirven para otras cosas. El profesional que entra en esta variante hace de su profesión un negocio, y su única regla moral la ganancia. Buscar por sí mismo algo que sólo sirve como instrumento es tal lógico como ir a un restaurante y pedir solamente un 'tenedor'. Y si el mozo le pregunta qué va a querer parra comer, el hombre econonista se limitaría a mirarlo como un marciano diciéndole, 'nada, a mí lo que me gustan son los tenedores'. Probablemente también el mozo lo mire como un marciano. Y probablemente sea el mozo quien tenga razón. Pero cuando un capitalista solo piensa en el dinero y amarroca más dinero que el que podría gastar si viviese diez mil años, ¿por qué somos nosotros los que parecemos marcianos al decirle que eso es como ordenar sólo tenedores en un restaurante o edificar tambos en Júpiter donde no hay vacas?
El hombre y el profesional voluptuoso es el que ha puesto su fin en los placeres carnales y estos dominan sus aspiraciones y proyectos, incluso sus proyectos profesionales. Es más comprensible que el anterior, y si éste quiere dinero y para eso trabaja o roba, al menos sabemos que entiende que los tenedores sirven para otra cosa. Ya usan en algo su intelecto práctico. Pero lo usan como los animales usan su instinto. Sólo que el instinto de los animales es un instinto 'regulado' por la naturaleza y por eso, salvo excepciones de animales atrofiados genéticamente, el instinto les lleva a buscar el placer sexual o comestible cuando sea un bien para la especie o para el individuo; después se apaga hasta que la conservación de la especie o del individuo lo vuelven a necesitar. En el hombre no se apaga, por eso el hombre voluptuoso se enceguece, se esclaviza y se vuelve un adicto. Estos, tarde o temprano, se pierden y caen en un descalabrante fracaso. A veces decimos que este tipo de personas se bestializan; y no es exacto, porque los animales por lo general no tienen problemas de adicción destructora; la vida de un adicto al sexo o a la droga no es una vida de perros; éstos envidian a los perros.
El hombre y el profesional activo es el que piensa que su felicidad (y por tanto su fin último) está en la actividad, política, social, civil, artesanal, etc. Ya estamos en un nivel realmente muy superior a los anteriores; estos merecen verdaderamente el título de hombres; pero son hombres incompletos. Un manco es hombre, y un ciego también, pero algo les falta. En el plano físico esto puede superarse con una gran voluntad y hay ciegos y hay mancos que son hombres en el sentido más pleno de la palabra. Pero no sucede así en el plano del espíritu. El ciego espiritual y el paralítico espiritual, es medio hombre. Por eso este tipo de personas, que ponen su fin y felicidad en la actividad, viven lacerados por el miedo, por la insatisfacción, por el agobio de una actividad que se vuelve agotadora y no da la felicidad. En muchos casos son personas que huyen (la hiperactividad es una forma de escapismo psicológico): huyen de su conciencia, de Dios, de la ley moral. Es como tocar el piano sin escuchar la música o pintar cuadros sin contemplarlos. El hombre activo es el ser que trabaja para no pensar; porque el que trabaja para pensar es la última clase de hombres.
El hombre y el profesional contemplativo o mejor 'filosofante' es el que hemos descrito al comienzo. Él ordena todo al saber último de las cosas (y finalmente al conocimiento y posesión de Dios que es la Causa última de todas las cosas y la Explicación última de todos los interrogantes). Este trabaja, disfruta, se esfuerza, sufre y se sacrifica; pero sus ojos están siempre en un objetivo más allá. El hombre filosofante, no queda reducido al pequeño horizonte de su profesión o carrera, sino que alcanza el conocimiento de las causas de las cosas, por eso sabe en qué pequeño lugar del saber está ubicado su reducido conocimiento, entiende el movimiento de la historia humana y comprende el valor de sus acciones dentro de la historia y de la meta-historia (es decir, de la 'últimas cosas' que habrán de suceder al final de todo). Gracias a eso puede juzgar y discernir y no dejarse engañar. Puede alcanzar no sólo una comprensión filosófica del hombre, del universo y de Dios, sino una visión de fe y una interpretación teológica. Pero este amplio marco hoy en día no se lo ofrecen en sus estudios; debe buscarse aparte.
Para llegar a ser hombres con una mente teorética, contemplativa, debemos sobrepasar lo que recibimos en nuestras carreras y estudios y mirar más allá; habrá que formarse leyendo, estudiando, meditando los clásicos, los filósofos y también los teólogos. Debemos admirarnos de las cosas y buscar saber qué son y por qué son; debemos admirarnos de nosotros y querer saber qué somos y por qué somos. Como decía un autor dirigiéndose a los jóvenes universitarios: 'si queréis entenderos vosotros mismos, el mundo en que vivís, hacer carrera, tener un éxito estable, volved a los estudios clásicos, a las facultades de letras, de lenguas y literatura, a la filosofía. Y si estudiáis economía o ingeniería o medicina, no os limitéis a vuestra especialidad, ampliad la mente con otras lecturas, con otros cursos. Leed novelas, libros de historia, de filosofía, de sociología (....). Seguid las clases de los profesores más serios, más profundos, incluso si al inicio os cuesta entender, incluso si debéis estudiar más de las mil quinientas horas globales de la reforma os pide que no superéis [ el autor escribe en Italia ]. Aprended a razonar, a argumentar' [5] .
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Es verdad que muchos de estos conocimientos son inútiles, productivamente hablando; no enseñan a hacer cosas. Pero son necesarios de manera radical. Las humanidades son imprescindibles para la buena formación del científico y del especialista; ellas le proporcionan la formación humana que hace posible el recto progreso de la ciencia misma porque le dan al científico la colocación que su saber tiene dentro de algo que es infinitamente más amplio. Y además llenan el deseo de su corazón. De lo contrario una inteligencia hecha para la verdad plena se atrofia masticando sólo un pedazo de la verdad, que, por estar desconectado de todo el resto de la verdad, pierde su sentido y se vuelve incomprensible.
Jacques Maritain, Introducción a la Filosofía , Club de Lectores, Bs. As. 1985
Josef Pieper, El ocio y la vida intelectual , Rialp, Madrid 1983
Josef Pieper, En defensa de la filosofía , Herder, Barcelona 1970.
Jaime Balmes, El criterio , hay varias ediciones.
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[1] Platón, Teeteto , 174a.
[2] Se puede leer con provecho el libro de Alberto Caturelli, Reflexiones para una filosofía cristiana de la educación , Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba 1982, especialmente pp. 148-162.
[3] Aristóteles, Metafisica , A,2, 982b 25.
[4] Cf. Porcarelli, Andrea, Il rapporto tra filosofia e medicina nella storia del pensiero , en: AA.VV., Etica dell'atto medico , Ed. Studio Domenicano, Bolonia 1991, pp. 42-101.
[5] Francesco Alberoni, L'inganno delle lauree brevi e delle lezioni facili , Corriere della Sera, 10-3-2003.

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