Coordinación de ética de las profesiones

Coordinación de éticas profesionales

La coordinación de ética de las profesiones, surge como respuesta a la demanda de los cursos de ética profesional que imparte el Departamento de Teología de la Sede de Coquimbo.
Es una instancia académica que permite potenciar el trabajo de los profesores que imparten dichas asignaturas.
Como también busca potenciar la formación ético moral declarada en el proyecto educativo de nuestra universidad.

Frentes de acción periodo 2008-2010:


1.- GESTIÓN


ACCIONES:
Coordinación con los jefes de carreras sobre los contenidos y metodologías de las éticas profesionales.
Contacto con otras unidades académicas que imparten ética profesional en la sede; Medicina, Escuela de Derecho.
Establecer red de apoyo con dichas unidades.
Recensión de programas de ética profesional de otras universidades.
Red de contacto con centros de ética.
Contacto y relación con instancias de servicios en el ámbito de la ética en la Universidad y en la Sede Coquimbo (Comité de Bioética).


2.- DOCENCIA:

ACCIONES:


Mejoramiento de las tics para las clases por medio de la creación de una pagina web institucional
Mejoramiento de bibliografía sobre temas de ética profesional.
Consolidación de equipo interdisciplinario.
Coordinación con los profesores de la asignatura
Incorporar metodologías interactivas: actividades en terreno, visita de profesionales, presencia de Colegios Profesionales (Asociaciones Gremiales), foros, talleres, etc

3.- ELABORACIONES (extra de la coordinación)

Trabajo en los programas de asignatura.
Formulación de programas en base a competencias.
Formulación de programas conforme al proyecto educativo UCN, los perfiles de egreso de las carreras…
Recensión de programas ética profesional de toda la UCN
Hacer investigación sobre ética de las profesiones.
Participar en proyectos relacionados con la temática.
Crear espacios que permitan hacer conciencia de la transversalidad de la formación ética de los futuros profesionales, involucrando a los jefes de carrera y académico de las demás disciplinas

martes, 15 de abril de 2008

Algunas Precisiones sobre la Noción de Desarrollo

Actualmente, en el debate nacional e internacional, uno de los conceptos más usados a la hora de definir los objetivos de un país es el de desarrollo. ¿Qué busca Chile? ¿Cuál debe ser el objetivo de sus gobernantes? La respuesta casi no admite disensiones: queremos que Chile sea un país desarrollado. Y cuanto antes, mejor.
Tan hondo ha calado esta noción, que el mundo entero se divide en dos: los países desarrollados y los países subdesarrollados. Los segundos luchan por alcanzar el sitial de los primeros, e idean ingeniosas fórmulas para que su situación parezca más favorable: son países en "vías de desarrollo".
Ahora bien, ¿en qué consiste el tan mentado desarrollo? ¿qué se esconde detrás de tan manoseada palabra?
En primer término, una cuestión meramente económica. Este aspecto suele nublar la vista de los estudiosos y de los estadísticos. En efecto, generalmente se dice que la condición de país desarrollado se alcanza al lograr una determinada renta per capita. O sea, si "en promedio" a todos los chilenos nos corresponden tanto dólares al año, somos desarrollados. Esta es la visión generalmente aceptada del desarrollo, que toma en cuenta sólo el aspecto material del asunto, olvidando otras perspectivas.
Consecuentemente con lo último, el objetivo declarado de la clase dirigente en casi todo el mundo, es aumentar la calidad material de vida de sus habitantes. A eso van dirigidos todos sus esfuerzos, y en esa dirección van dirigidas las políticas públicas. La importancia del tema, por tanto, no es menor: el cómo se comprende al desarrollo incide directamente en nuestras vidas: en cómo se gastan los recursos que todos aportamos al fisco y en el tipo de país que queremos construir hacia el futuro.
En este breve ensayo analizaremos las principales falencias de la concepción puramente "economicista" del desarrollo, e intentaremos aportar ciertos elementos que nos permitan acercarnos a una comprensión más adecuada e integral del concepto.
Dijimos más arriba que lo generalmente aceptado es que la calidad de "país desarrollado" está dada fundamentalmente por la renta per capita que el país pueda alcanzar. Con todo lo importante que el aspecto económico es en la realidad "absurdo sería negarlo", nos parece que limitar el desarrollo de un país al puro aspecto material forma parte de una visión demasiado limitada y estrecha de lo que debe ser un país.
De partida, en la sola consideración de la renta per capita ya hay ciertas inconsistencias manifiestas. Por ejemplo, ¿qué pasa en un país donde la riqueza está muy mal distribuida? Imaginemos un país árabe con enormes entradas por la producción petrolera, pero que quedan limitadas a un reducido sector de la población. Tiene una excelente renta per capita, pero la inmensa mayoría de sus habitantes viven en la más miserable de las indigencias. ¿Es un país desarrollado? ¿Es un país que ha alcanzado niveles razonables de vida para el conjunto de sus habitantes? No parece que pueda ser así.
Por otra parte, considerar que el objetivo de la sociedad radique en el progreso material es de por sí una cuestión bastante discutible. Pese a ello, nuestros países han estado volcados en las últimas y décadas, y siglos, prioritariamente "y en ocasiones exclusivamente" a lograr el mayor crecimiento económico posible. ¿Es eso lo correcto? ¿Debe ser esa la prioridad exclusiva? ¿O hay otros aspectos a los que, como comunidad, debemos poner atención?
La respuesta que demos a esta pregunta depende en gran medida de qué sea lo que entendamos por naturaleza humana, de la antropología.
Así, las corrientes liberales no trepidarían en asegurar que, efectivamente, el objetivo del país debe ser el crecimiento económico. ¿Qué más se podría pedir? Es eso, en realidad, lo único que podemos hacer en cuanto sociedad. Quizás el exponente más paradigmático de esta posición sea el pensador inglés del siglo XVII John Locke, uno de los padres del liberalismo. En su Segundo tratado sobre el gobierno civil Locke expone su visión del hombre y de la sociedad. El hombre sería un ser naturalmente asocial, o sea sin tendencia natural a reunirse con otros hombres. Es, en este sentido, un heredero de aquel al que pretende refutar: Hobbes. En ese primer estado de naturaleza asocial, los hombres tienen una característica: el apropiarse de cosas, el hacerse dueño de ciertos bienes básicos. Posteriormente "y dada la desigualdad que con el tiempo se genera entre las propiedades de los hombres", se entra en un estado de guerra, en el que los propietarios ya no se sienten seguros. Recién en ese momento, y esto es lo que nos interesa, se funda la sociedad civil. ¿Por qué? Porque los propietarios, temerosos de perder sus bienes, acuerdan entre ellos defender en conjunto sus pertenencias. La sociedad es por tanto fruto de un contrato, un contrato cuya finalidad no es otra que la protección de la propiedad. El fin de la sociedad es, en consecuencia, un fin económico, relacionado con la propiedad. El único objetivo que la sociedad, como sociedad, puede perseguir, es un objetivo de carácter económico. Los otros aspectos de la vida humana no son aspectos sociales: el conjunto social no puede pretender incidir en ello: no forma parte del contrato inicial.
Esta noción es recogida por el profesor escocés de teoría moral Adam Smith en el siglo XVIII, quien también, aunque desde otra óptica, pone el acento en el bienestar económico, sentando las bases de lo que sería propiamente hablando el liberalismo económico. En el siglo XIX John Stuart Mill, con su teoría ética utilitarista, agregaría una nueva arista al asunto. Según el utilitarismo, la bondad o maldad de las acciones se miden según la utilidad que dichos actos reporten. No existen actos buenos o malos en sí: todo puede ser bueno o malo según lo que a la larga se obtenga. Stuart Mill lleva bastante lejos esta teoría al plantear incluso "en un breve tratado titulado El utilitarismo"que, al interior de la sociedad, lo que interesa es maximizar la utilidad total, general, sin atender a casos particulares. O sea, si se comete una injusticia contra una persona, pero así se maximiza la conveniencia general, bienvenida sea la injusticia. Aplicando el principio de Mill, es evidente que, mientras más crezca el Producto Nacional, tanto mejor. ¿Qué está mal distribuido? No es el punto. ¿Qué se cometen muchas injusticias? Lo único justo es aquello que reporta utilidad.
En el siglo XX, el austríaco Friedrich Hayek hereda estas nociones, y aunque esboza ciertas correcciones en su monumental obra Los fundamentos de la libertad, es uno de los máximos representantes de la tradición liberal y ha tenido enorme influencia en la elaboración de las políticas públicas de muchos países occidentales; incluyendo, desde luego, a Chile. Hayek plantea que la intervención del estado al interior de la sociedad debe reducirse al mínimo, y que su único papel es garantizar ciertas condiciones mínimas que permitan el desarrollo económico.
Probablemente todas estas disquisiciones parezcan al lector sagaz muy alejadas de la realidad y sin sentido práctico. Como respuesta a ello, es menester señalar que estas concepciones, aún cuando probablemente son muy pocos los que han escuchado hablar de Locke o de Mill, se encuentran en la base de las sociedades contemporáneas. ¿Quién podría negarlo? La pregunta es entonces máximamente importante: ¿qué tan validas son estas concepciones? ¿se fundan en premisas correctas? ¿están bien hiladas? Como bien apuntaba Lewis en su libro Mero cristianismo, lo primero que debemos saber es hacia dónde queremos ir. Si, una vez definido eso, nos damos cuenta que hemos tomado el camino errado, lo más sabio es retroceder hasta el punto en el que perdimos el buen sendero. ¿Vamos bien encaminados si privilegiamos, sobre cualquier otra consideración, el desarrollo económico? ¿O más bien valdría retroceder y enmendar el rumbo? La respuesta que como sociedad le demos a esa pregunta es decisiva para nuestro propio futuro y para el de nuestros hijos.
La premisa sobre la que se plantea la concepción economicista de desarrollo es muy sencilla. Partamos planteándolo de modo muy esquemático: si el objetivo último de la sociedad es el crecimiento económico, entonces estamos de acuerdo en que la finalidad de las personas, al menos en cuanto seres sociales, es también maximizar su bienestar material. Pues bien, desde antiguo se nos ha dicho que el fin del hombre es la felicidad. ¿Puede ésta identificarse con las riquezas sin más?
¿Consiste el bien del hombre en las riquezas? Aristóteles, en su Ética, ni siquiera se plantea la posibilidad: la descarta de plano. Primera sorpresa: un pensador que nadie podría calificar de poco inteligente ni siquiera toma en cuenta la opción que hoy día predomina. Santo Tomás sí se lo pregunta, y de modo más explícito, pero despacha rápidamente el tema, señalando que es absurdo pretender que la felicidad humana radique en un bien externo, ya que éstos son esencialmente pasajeros y la verdadera bienaventuranza del hombre no puede ser pasajera. Segunda sorpresa: otro pensador, de los grandes, descarta también la posibilidad. ¿Quién está en lo cierto?
Sin duda que afirmar que la felicidad humana radica en el bienestar económico parece ser un absurdo. De partida, ello importa señalar que el hombre es una realidad puramente material, y que en él no cabe lo espiritual: los hombres somos pedazos de carne, desprovistos de toda espiritualidad. Sólo así podríamos encontrar nuestra finalidad en la materia. Pero vamos a ejemplos más básicos, vamos a la realidad: ¿el objeto de nuestras vidas es, simple y crudamente, "tener más plata"? ¿Estoy dispuesto a hacer lo que sea por obtener más ganancias? ¿O bien hay otros aspectos que, dado el momento de tomar una decisión, antepongo al criterio económico? Evidentemente, y esto es una cuestión que tiene que ver con la naturaleza humana, no estamos dispuestos a tomar cualquier camino por obtener más bienes. Y aquellos que sí estén dispuestos serán tenidos por viciosos: al menos en eso se nos concederá la razón. El hombre no busca los bienes materiales como fines últimos: no radica en ellos su felicidad.
Para aclarar este punto puede resultar útil la distinción que establece Aristóteles, en la Política, entre economía y crematística. La economía es aquella actividad que busca el bien humano integral, y que en vistas de ellos ordena los bienes materiales. Por otro lado, la crematística es aquella actividad cuya finalidad es crear y acumular riquezas. El pensador griego apunta que mientras la crematística esté subordinada a la economía, al orden propio del ser humano, no habrá problema. Pero, si la crematística se descontrola y deja de depender del orden económico, se producirá un trastorno. Y esto por una razón muy sencilla: la crematística es un medio, sirve para algo. Si se independiza, toma carácter de fin: el medio pasa a ser fin.
Algo similar a lo descrito por Aristóteles, hace unos 2.500 años, es lo que suele ocurrir en las sociedades actuales: la acumulación de riqueza se convierte en fin, en cuyo caso se ha perdido el horizonte.
Los bienes materiales pueden constituir un medio todo lo útil que se quiera para lograr los fines que nos proponemos, pero no pueden ser ellos mismos el fin. No entender correctamente este punto ha sido quizás uno de los dramas de la modernidad. La felicidad humana no radica en los bienes materiales, por más que éstos sean importantes para la obtención de la felicidad: si no tengo qué comer, difícilmente puedo ser feliz. Pero, ¿es la comida la felicidad misma, o un medio? Parece ser que lo segundo.
Una adecuada noción de desarrollo no puede, en consecuencia, restringirse al ámbito económico. Debe necesariamente tener en cuenta otros aspectos, que den cuenta integral del ser humano, como realidad espiritual y material a la vez. Uno se podría preguntar cómo aplicar esto en la práctica, en la vida diaria. Y la respuesta no es menos cierta por lo sencilla: nuestra naturaleza, por más que les pese a algunos pensadores, nos lleva necesariamente a actuar de ese modo. ¿La sociedad es, como decía Locke, un mero artificio para proteger mis propiedades? Complicado sería aseverarlo, cuando día a día nos juntamos con nuestros amigos, vamos a la Iglesia y compartimos con nuestras familias por algo que va mucho más allá de la conveniencia mutua en lo que se refiere a nuestras pertenencias. ¿Todo nuestros actos son realizados en vistas de la utilidad que nos reporten, después de un frío cálculo? A pesar de que Mill pensaba así, ello no ocurre en la realidad: no calculo cuánta utilidad me reporte una acción al momento de ayudar a un familiar, o al momento de acompañar a un amigo en un momento difícil.
El ser humano es un ser naturalmente social. Su propio bien es por tanto también un bien social del que todos y cada uno de los miembros de la sociedad participan: el bien común. Ese es el objetivo, la finalidad de la sociedad. Este bien común debe acoger en su seno al bienestar económico, pero no es esa la única consideración que debemos hacer al respecto. Una adecuada noción de bien común, y por tanto de desarrollo, debe incluir el bien humano en sus más diversas dimensiones. Esto implica tomar en cuenta una multitud de aspectos, entre los que se cuentan el nivel de educación, la atención de salud, el orden interno de la sociedad, los grados de libertad que haya al interior del cuerpo social, y también el nivel de bienestar económico.
Si queremos de verdad que Chile sea un país desarrollado no nos podemos limitar a la pura consideración económica: ellos nos llevará quizás "imaginemos" a ser una sociedad muy rica, pero no a construir un sociedad de personas felices.
Hemos visto que la noción de desarrollo imperante adolece de algunos errores no menores. Influye en eso una vasta tradición liberal que se ha encargado de poner el acento en aspectos puramente materiales de la vida del hombre, olvidando que es más que pura materia. Construir una sociedad basándose en esa concepción pobre de la naturaleza humana no nos llevará a buen puerto. En la medida que recuperemos los aspectos olvidados de nuestra propia naturaleza es que podremos rectificar el rumbo. Y eso sólo se puede hacer realidad mientras todos los miembros de la sociedad no olvidemos que los bienes materiales no constituyen nunca un fin y son siempre sólo un medio.

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